A. E. Van Vogt, Relato Corto

Escondite – A. E. Van Vogt

Estaba deseando volarse a sí mismo y su extraña estación meteorológica —que observaba el movimiento de tormentas milenarias en el espacio interestelar— en átomos que ocultaran el secreto de su gente. Ellos estaban seguros, escondidos en el almiar de cien trillones de estrellas.., ¡a menos de que él diera una pista!

La nave de la Tierra llegó tan velozmente a los alrededores del solitario sol Gisser que el sistema de alarma de la estación de control de meteoritos no tuvo tiempo de reaccionar. La gran máquina era ya visible cuando el observador se percató de su presencia.

Las alarmas también debían de haber sonado en la nave, ya que detuvo el ritmo de su marcha notablemente, y aun frenando, desapareció. Ahora estaba regresando, arrastrándose, tratando obviamente de localizar al pequeño objeto que había afectado sus pantallas de energía.

Relucía, inmenso en el brillo del distante sol blanco-amarillento, más grande, aun a esta distancia, que cualquier otra cosa vista en los Cincuenta Soles, una nave infernal de un espacio remoto, un monstruo de un mundo semimítico, instantáneamente reconocible a través de las descripciones de los libros de historia como una nave de batalla de la Tierra Imperial. Crueles habían sido las advertencias en los relatos de lo que pudiera suceder algún día… y aquí estaba.

Conocía su tarea. Había una advertencia, la temerosa y antigua advertencia que enviar a los Cincuenta Soles mediante la radio subespacial no-direccional; y tenía que estar seguro de no dejar ningún indicio de la estación.

No hubo ningún fuego. Cuando los sobrecargados motores atómicos se disolvieron, el sólido edificio que había sido una subestación meteorológica simplemente se deshizo en sus elementos componentes.

El observador no hizo ninguna tentativa de huir. Su cerebro, con sus conocimientos, no debía ser descubierto. Sintió un breve y ciego espasmo de dolor cuando la energía lo redujo a átomos.

Ella no se molestó en acompañarlos en la expedición que aterrizó en el meteorito. Pero les observó con ojos atentos a través de la astroplaca.

Desde el mismo momento en que los rayos espía habían mostrado una figura humana en una estación meteorológica —una estación meteorológica allí fuera—, ella había comprendido la enorme importancia que tenía el descubrimiento. Su mente saltó instantáneamente sobre las diversas posibilidades.

Estaciones meteorológicas significaban viajes interestelares. Seres humanos significaban origen terrestre. Se imaginó cómo podía haber sucedido: una expedición hace mucho tiempo; debía de haber sido hace mucho tiempo porque ahora tenían viajes interestelares y eso significaba grandes poblaciones en muchos planetas.

Su Majestad, pensó, se sentiría complacida. También lo estaba ella. En un brote de generosidad llamó al cuarto de energía.

—Su pronta acción, capitán Glone —dijo cálidamente—, de incluir todo el meteorito
en una esfera de energía protectora, es loable, y será debidamente recompensada.

El hombre cuya imagen mostraba la astroplaca hizo una reverencia.

—Gracias, noble dama. —Añadió—: Creo que salvamos los componentes electrónicos y atómicos de la estación entera. Desafortunadamente, a causa de la interferencia de la energía atómica de la estación misma, entiendo que el departamento de fotografía no ha tenido éxito en obtener imágenes claras. La mujer sonrió severamente, y dijo: —El hombre será suficiente, y ésa es una matriz para la que no necesitamos imágenes.

Interrumpió la conexión, aún sonriendo, y volvió su mirada a la escena del meteorito. Mientras observaba los aspiradores de materia en su brillante avidez, pensó:

Había habido varias tormentas en el mapa de esa estación meteorológica. Ella los había visto con el rayo espía; y una de las tormentas había sido muy grande. Su gran nave no podía arriesgarse a ir demasiado rápido, mientras la situación de esa tormenta no estuviese clara.

Parecía bastante atractivo el hombre joven que había visto en la rápida ojeada del rayo espía, de fuerte voluntad, valiente. Podría ser interesante.

Primero, por supuesto, tendría que ser condicionado, habría que sacarle toda la información relevante. Incluso ahora un error podría hacer necesario comenzar una larga y laboriosa búsqueda. Podrían desperdiciarse siglos en estas cortas distancias de unos pocos años-luz, en donde una nave no podía aumentar la aceleración, y donde tampoco podía mantener la velocidad, una vez lograda, sin una información meteorológica exacta.

Vio que los hombres estaban abandonando el meteorito. Decididamente, cerró el comunicador interior de la nave, hizo un ajuste y se dirigió a través de un transmisor hacia el cuarto de recepción.

El oficial que estaba a cargo se acercó y la saludó. Tenía el ceño fruncido:

—Acabo de recibir las pruebas del departamento fotográfico. La mancha de niebla energética sobre el mapa es particularmente descorazonadora. Diría que debemos, en primer lugar, intentar reconstruir el edificio y su contenido, dejando al hombre para el final.

Pareció sentir la desaprobación de ella, y continuó con rapidez:

—Después de todo, él responde a la matriz de un hombre común. Su reconstrucción, aunque básicamente un poco más difícil, cae en la misma categoría que vuestra venida a este cuarto a través del transmisor. En ambos casos, hay disolución de elementos, que deben de ser devueltos a la estructura original.

—Pero, ¿por qué dejarlo para el final?

—Hay razones técnicas que tienen que ver con la mayor complejidad de los objetos inanimados. La materia orgánica, como usted sabe, es poco más que un compuesto hidrocarbónico, fácilmente reconstruible.

—Muy bien. —No estaba tan segura de que un hombre y su cerebro, con el conocimiento con el que había realizado el mapa, era menos importante que el mapa en sí mismo. Pero si ambos podían ser obtenidos… Asintió con decisión—: Proceda.

Vio cómo el edificio tomaba forma dentro de la gran sala de recepción. Se deslizó fuera finalmente en alas de la falta de gravedad, y fue depositado en el centro del inmenso piso de metal.

El técnico bajó de su cámara de control moviendo su cabeza. Guio a la mujer y a media docena de metros de otros que habían llegado, a través de la reconstruida estación meteorológica, apuntando, los defectos.

—Sólo se ven en el mapa veintisiete puntos solares —dijo—. Eso es ridículamente bajo, aun asumiendo que esta gente esté organizada en una pequeña área del espacio. Y, además, tome nota de que se ven muchas tormentas, algunas de ellas más allá del área de los soles indicados y…

Se detuvo, su mirada fija en tina sombra en el suelo que había detrás de una máquina a unos veinte pasos de distancia.

Los ojos de la mujer siguieron su mirada. Un hombre yacía allí, moviéndose débilmente.

—Pensé —dijo, frunciendo el ceño— que el hombre iba a ser dejado para el final.

El científico intentó disculparse.

—Mi asistente debe haber entendido mal. Ellos…

La mujer le cortó:

—No se preocupe. Haga que le envíen al momento a la Casa de Psicología, y dígale al teniente Neslor que estaré allí en seguida.

—Al momento, noble dama.

— ¡Espere! Preséntele mis saludos al meteorólogo mayor y pídale que baje a examinar el mapa y que me mantenga informada de lo que vaya encontrando.

Se giró rápidamente en medio del grupo que la rodeaba, riendo entre sus finos y blancos dientes.

—Por el espacio, aquí hay acción, después de diez insípidos años de supervisión.

La excitación ardía dentro de ella como una fuerza viva.

Lo extraño para el observador fue que supo, antes de despertarse, por qué aún estaba vivo. No mucho antes.

Sintió la cercanía de la consciencia. Instintivamente comenzó a hacer sus normales ejercicios Dellian de músculos, nervios y mente, indicados para antes del despertar. A mitad del curioso sistema rítmico, su cerebro se detuvo con una terrorífica conjetura.

¿Regresando a la consciencia? ¡El!

Fue en ese punto, cuando su cerebro amenazaba con hacer estallar su cabeza con la sorpresa, cuando el conocimiento de cómo había sido hecho le llegó.

Se quedó quieto y pensativo. Miró fijamente a la joven mujer que estaba reclinada en una chaise longue cerca de su cama. Ella tenía un rostro fino y ovalado y una apariencia muy distinguida, a pesar de su juventud. Le estaba estudiando con sus rutilantes ojos grises.

Él pensó finalmente:

«He sido condicionado para un fácil despertar. ¿Qué me han hecho ellos? »El pensamiento crecía hasta que parecía que su cerebro se hinchaba.

¿QUE MAS? Vio que la mujer le sonreía, con una lánguida y distraída sonrisa. Era como un tónico. Se calmó aún más cuando la mujer dijo con una voz argentina;

—No se alarme. Eso es. ¿Cuál es su nombré? El observador separó los labios, luego los volvió a cerrar nuevamente, y movió la cabeza con una mueca. Había tenido el impulso de explicarle que aun respondiendo a una sola pregunta rompería la servidumbre de la inercia mental Dellian, que redundaría en la alteración de valiosa información.

Pero la explicación podía haber constituido una distinta clase de derrota. La suprimió, y otra vez movió la cabeza.

Vio que la joven mujer fruncía el ceño, diciendo:

— ¿No responderá a una pregunta tan sencilla? Seguramente que sí, su nombre no hará ningún daño.

Su nombre, pensó el observador; luego vendría el planeta del cual procedía, qué relación tenía el planeta con el sol Gisser, qué había acerca de las tormentas interpuestas. Y así continuarían descendiendo en la línea. Nunca llegarían al final.

Cada día que pudiera mantener a estas personas alejadas de la información que buscaban, le daría la oportunidad a los Cincuenta Soles de organizarse mejor contra la máquina más grande que se había visto en esta parte del espacio.

Su pensamiento rastreó. La mujer se estaba sentando, mirándole con ojos que se habían vuelto acerados. La voz de ella tenía una resonancia metálica cuando dijo:

—Sepa, quienquiera que sea, que está a bordo de la Imperial Nave de Batalla Star Cluster, con la Gran Capitana Laurr a su mando. Sepa, también, que es nuestro inalterable deseo que usted nos prepare una órbita que lleve a nuestra nave a salvo hacia su planeta principal.

Continuó vibrantemente:

—Es mi firme creencia que usted sabe ya que la Tierra no reconoce gobiernos separados. El espacio es indivisible. El universo no debe ser un área de incontables pueblos soberanos discutiendo y peleando por el poder. Esa es la ley. Todos los que se opongan a esto están fuera de la ley, y están sujetos a cualquier castigo que pueda ser decidido acerca de su caso en especial. Está advertido.

Sin esperar una contestación, giró su cabeza.

—Teniente Neslor —dijo a la pared que estaba de cara al observador—, ¿ha hecho algún progreso? Una voz de mujer le respondió;

—Sí, noble dama. He establecido un total basado en los estudios Muir-Grayson acerca de las gentes de colonias que han estado aisladas de la corriente principal de la vida galáctica. No hay ningún precedente histórico para un tan largo aislamiento como el que parece haberse dado aquí, por lo que he llegado a la conclusión de que ellos ya han pasado del período estático y han hecho algunos progresos por su cuenta. De todas formas, pienso que debemos empezar muy sencillamente. Unas pocas preguntas abrirán su cerebro paramayores presiones, y podremos sacar valiosas conclusiones mientras tanto de la forma en que él ajusta su resistencia a la máquina cerebral. ¿Debo proceder? La mujer en la chaise longue asintió. Hubo una llamarada de luz proveniente de la pared que estaba enfrente del observador. El trató de evadirse, y descubrió por vez primera que algo le tenía cogido a la cama, ni cuerdas, ni cadenas, nada visible. Pero algo tan palpable como acero gomoso.

Antes de que pudiera seguir pensando, la luz estaba en sus ojos, en su mente, una deslumbrante furia. Voces que parecían empujar a través de él, voces que danzaban y cantaban, y hablaban dentro de su cerebro, voces que decían:

«Una pregunta tan sencilla como ésa…, por supuesto que la responderé…, por supuesto, por supuesto, por supuesto… Mi nombre es Gisser, observador. Nací en el planeta Kaider III, de padres Dellian. Hay setenta planetas habitados, cincuenta soles, treinta mil millones de personas, cuatrocientas tormentas importantes, la mayor en la latitud 473. El Gobierno Central está en el planeta Cassidor VIL». Con un desconcertado horror por lo que estaba diciendo, el observador sujetó su rugiente mente en un nudo Dellian, y detuvo ese devastador brote de revelaciones. Supo que nunca volvería a ser cogido de esta manera; pero era demasiado tarde, pensó, demasiado tarde.

La mujer no estaba tan segura. Salió fuera del dormitorio y se encaminó hacia el lugar en el cual la teniente Neslor, de mediana edad, estaba clasificando sus resultados en carretes de grabación.

La psicóloga levantó la mirada de su trabajo, y dijo, con voz asombrada:

—Noble dama, su resistencia durante el momento de interrupción registró un
equivalente de 800 IQ. Ahora bien, eso es absolutamente imposible, sobre todo teniendo
en cuenta que comenzó a hablar a un punto de presión equivalente a 167 IQ, lo que está
de acuerdo con su apariencia general, y que, como usted sabe, es el promedio. Debe haber
un sistema de entrenamiento de la mente detrás de su resistencia. Y creo haber encontrado
una pista en su referencia a su descendencia Dellian. Su gráfico demuestra un aumento
de intensidad cuando usa la palabra. Esto es muy serio, y puede causar una gran demora…,
a menos que estemos preparados para romper su mente.

La gran capitana movió la cabeza. Dijo solamente:

—Infórmeme de lo que vaya descubriendo.

En el camino hacia el transmisor, se detuvo para comprobar la posición de la nave de batalla. Una sombría sonrisa se dibujó en sus labios, cuando vio en el reflector la sombra de una nave que circundaba la más brillante sombra de un sol.

Marcación de tiempo, pensó, y sintió un estremecimiento de premonición. ¿Sería posible de que un solo hombre detuviera a una nave capaz de conquistar una galaxia entera? El meteorólogo mayor de la nave, teniente Cannons, se levantó de la silla cuando vio que ella se le acercaba a través del vasto suelo del cuarto de recepción de transmisión, en el cual aún se encontraba la estación meteorológica de los Cincuenta Soles. Tenía el cabello grisáceo, y era muy viejo, recordó, muy viejo. Caminando hacia él, pensó:

Hay un lento pulso de vida en estos hombres que observan las grandes tormentas del espacio. Deben de tener un sentido de futilidad acerca de todo, una falta de sentido del tiempo. Tormentas que tardan un siglo o más en llegar a toda su madurez… Tales tormentas y los hombres que las catalogan deben de adquirir un tipo de afinidad de espíritu.

La lenta dignidad estaba en su voz también, cuando hizo una reverencia llena de gracia, y dijo:

—Gran Capitana, Excelentísima Gloria Cecily, Dama Laurr de los Nobles Laurr, me siento honrado por vuestra presencia.

Ella agradeció el saludo, y luego pasó el carrete para él. El escuchó, frunciendo el ceño, y dijo finalmente:

—La latitud que dio para la tormenta es un número sin sentido para nosotros. Esta gente increíble ha construido un sistema de referencia, en la Nube Magallánica Menor, en el cual el centro es arbitrario y no tiene una conexión reconocible con el centro magnético de la Nube. Probablemente, tomaron algún sol como centro, y construyeron toda la geografía espacial alrededor de él.

El anciano se giró repentinamente, alejándose de ella, y guio el camino hacia la estación meteorológica, hacia el borde del foso en el que descansaba el reconstruido mapa meteorológico.

—El mapa es absolutamente inútil para nosotros —dijo él, sucintamente.

— ¿Qué? Ella vio que él la estaba mirando fijamente, sus ojos de azul china pensativos.

—Decidme, ¿cuál es vuestra idea acerca de este mapa? La mujer estaba en silencio; no deseaba cometer errores ante una pregunta tan precisa. Entonces frunció el ceño y dijo:

—Mi impresión se parece mucho a la que usted ha descrito. Ellos tienen un sistema propio aquí, y lo que tenemos que hacer es encontrar la clave.

Y terminó, más confidencialmente:

—Nuestros problemas principales, me parece, son los de determinar en qué dirección
debemos ir a partir de este meteorito que hemos descubierto que es una estación meteorológica. Si escogemos la dirección incorrecta, habrá una fastidiosa demora, contando, además, que nuestro obstáculo principal será el que no podremos ir demasiado rápido a causa de posibles tormentas.

Cuando terminó lo miró interrogativamente. Y vio que él estaba moviendo su cabeza, gravemente.

—Me temo —dijo él— que no es tan simple como eso. Esos brillantes puntos que son la réplica de los soles parecen de la medida de guisantes debido a la distorsión de la luz; pero cuando son examinados a través de un metroscopio muestran sólo unas pocas moléculas de diámetro. Si ésa es la proporción de acuerdo a los soles que representan…

Ella había aprendido en auténticas crisis a esconder sus sentimientos a sus subordinados. Se mantuvo ahora, interiormente aturdida, exteriormente fría, pensativa, calma. Dijo finalmente:

—¿Usted quiere decir que cada uno de esos soles, los soles de ellos, están enterrados entre miles de otros soles?

—Peor que eso. Diría que sólo han habitado un sistema en diez mil. No debemos olvidar que la Nube Magallánica Menor es un universo de cincuenta millones de estrellas. Eso significa un montón de brillo solar.

El anciano concluyó, quedamente:

—Si lo desea, prepararé órbitas que tengan velocidades máximas de diez días luz por minuto hacia las estrellas más cercanas. Podemos probar suerte.

La mujer movió la cabeza enérgicamente.

—Uno en diez mil. No sea tonto. Conozco las leyes de la probabilidad. Tendríamos que visitar un mínimo de dos mil quinientos soles si tenemos suerte; de treinta y cinco mil a cincuenta mil si no tenemos suerte. No, no. —Una severa sonrisa comprimió sus finos labios—. No vamos a desperdiciar quinientos años buscando una aguja en un pajar. Confiaré en la psicología antes de intentar otra cosa. Tenemos al hombre que entiende el mapa, y aunque nos lleve tiempo, al final hablará.

Ella comenzó a alejarse; de pronto, se detuvo.

— ¿Qué hay acerca del edificio en sí mismo? ¿Ha sacado algunas conclusiones de su diseño? —preguntó.

El asintió:

—Es el tipo usado en la galaxia hace aproximadamente unos quince mil años.

— ¿Alguna mejora, cambios?

—Ninguno que yo vea. Un observador, que hace todo el trabajo. Simple, primitivo.

Ella se mantuvo pensativa, moviendo la cabeza como si estuviera intentando alejar de sí una neblina.

—Parece extraño. Seguramente, después de quince mil años podrían haber agregado algo. Las colonias son usualmente estáticas, pero no tanto.

Ella estaba examinando informes de rutina tres horas más tarde cuando su astroplaza sonó dos veces, suavemente. Dos mensajes.

El primero era de la Casa de Psicología, una simple pregunta:

— ¿Tenemos permiso para romper la mente del prisionero?

— ¡No! —dijo la Gran Capitana Laurr.

El segundo mensaje hizo que echara una mirada al tablero de órbita. El tablero estaba
cubierto de símbolos de órbitas. Ese tonto anciano, desobedeciendo su orden de NO preparar órbitas.

Sonriendo torcidamente, caminó y estudió los brillantes diagramas; finalmente, envió una orden a los Motores Centrales. Observó, mientras su gran nave se hundía en la noche.

Después de todo, pensó, era algo así como jugar dos juegos al mismo tiempo. El contrapunto era más viejo en las relaciones humanas que en música.

El primer día miró hacia el planeta exterior de un sol blanco-azulado. Flotaba en la oscuridad debajo de la nave, una masa de rocas y metal, sin aire, monótono y terrible como cualquier meteorito, un mundo de primitivos cañones y montañas intocados por el soplo fermentador de vida.

Los rayos-espía mostraban sólo roca, roca sin fin, ningún signo de movimiento o de un movimiento pasado.

Había otros tres planetas, uno de ellos un caliente y verde mundo en el cual los vientos se lamentaban a través de bosques vírgenes y los animales pastaban en las praderas.

No se veía ni una sola casa, ninguna erecta figura de hombre.

Severamente, la mujer dijo a través del comunicador interior de la nave:

—Exactamente, ¿en qué profundidad pueden penetrar los rayos-espía en la tierra?

—Treinta metros.

— ¿Hay algún metal que pueda simular treinta metros de tierra?

—Muchos, noble dama.

Cortó la comunicación con expresión insatisfecha. Ese día no hubo ninguna llamada de la Casa de Psicología.

El segundo día, un gigantesco sol rojo apareció al alcance de su impaciente vista. Noventa y cuatro planetas giraban en sus grandes órbitas alrededor de su inmenso padre. Dos de ellos eran habitables, pero otra vez había la profusión de soledad y de animales usualmente encontrados en los planetas no tocados por la mano y el metal de la civilización.

El oficial jefe de zoología informó del hecho con su precisa voz:

—El porcentaje de animales es paralelo al implicado en mundos no habitados por seres inteligentes.

La mujer dijo, bruscamente:

—¿Se le ha ocurrido que puede haber habido una política de mantener la vida animal abundante y leyes de protección de la tierra, aunque sólo sea por placer? Ella no esperó, ni tampoco recibió, una respuesta. Y una vez más, no se oyó una palabra de la teniente Neslor, la psicóloga jefe.

El tercer sol estaba más lejos. Elevó la velocidad a veinte días luz por minuto, y recibió un golpe de advertencia cuando la nave se internó en una pequeña tormenta. Debió de ser pequeña porque el temblor del metal acababa de comenzar cuando terminó.

—Se ha estado hablando —dijo ella más tarde a los treinta capitanes reunidos en la sala de asambleas de los capitanes— de que regresemos a la galaxia y pidamos una expedición que se ocupe de encontrar a estos escondidos bribones. Uno de los más quejumbrosos informes que han llegado a mis oídos es el de que, después de todo, estábamos en el camino a casa cuando hemos hecho el descubrimiento, y que nuestros diez años en la Nube nos han ganado un descanso.

Sus ojos grises relampaguearon; su voz se enfrió.

—Vosotros podéis estar seguros que quienes hacen gala de este derrotismo no son los mismos que tendrán que hacer el informe personal de fracaso al gobierno de su majestad. Por lo tanto, dejadme que asegure a los pusilánimes y a los nostálgicos que nos quedaremos otros diez años, si es necesario. Decid a los oficiales y a la tripulación que deben actuar en consecuencia. Eso es todo.

De regreso en el puente principal, tomó nota de que aún no había ninguna llamada de la Casa de Psicología. Había ira e impaciencia en ella mientras marcaba el número. Pero se controló inmediatamente cuando la distinguida cara de la teniente Neslor apareció en la pantalla. Dijo entonces:

— ¿Qué te sucede, teniente Neslor? Espero ansiosamente más información acerca del prisionero.

La psicóloga movió la cabeza.

—Nada que informar.

— ¡Nada! —El asombro daba un tono áspero a su voz.

—He pedido dos veces —fue la respuesta— autorización para romper su mente. Usted debería saber que no sugeriría una medida tan drástica sin motivos justificados.

—¡Oh! —Ella lo sabía, pero la desaprobación de los superiores, la necesidad de dar cuentas de cualquier acción inmoral contra los individuos, había hecho de su negativa una acción automática.

Antes de que pudiera hablar, la psicóloga continuó:

—He hecho algunas tentativas de condicionarlo en el sueño insistiendo sobre el hecho de lo inútil de resistir a la Tierra cuando el descubrimiento es inminente. Pero lo único que he logrado con ello es convencerle aún más de que sus primeras revelaciones no tienen ningún significado para nosotros.

La capitana reaccionó lentamente.

—¿Realmente quiere decir, teniente Neslor, que no tiene otro plan que la violencia? ¿Nada? En la astroplaca, la imagen de la cabeza hizo un movimiento negativo. La psicóloga dijo simplemente:

—Una resistencia 800IQ en un cerebro 167 IQ es algo completamente nuevo en mi experiencia.

La mujer sintió un gran desconcierto.

—No puedo entenderlo —se quejó—. Tengo la sensación de que hemos olvidado una pista vital. Algo como que irrumpimos en una estación meteorológica en un sistema de cincuenta millones de soles, una estación en la cual hay un ser humano, que contrariando todas las leyes de autoconservación, inmediatamente se suicida para prevenir el posible hecho de caer en nuestras manos. La estación meteorológica en sí misma es un viejo modelo galáctico, que no muestra ninguna mejora después de quince mil años; y dada la vastedad del lapso de tiempo, el calibre de los cerebros implicados sugiere que deberían haber efectuado todos los cambios oportunos. Y el nombre del hombre, Observador, es tan típico del antiguo método de la Tierra de llamar a la gente, anterior a la era espacial, de acuerdo a la tarea que desempeñan. Es posible que incluso el sol en donde él estaba observando, sea un servicio heredado de su familia. Hay algo… depresivo… aquí en alguna parte que…

Ella le cortó, frunciendo el ceño:

— ¿Cuál es su plan?

—Después de un minuto movió la cabeza—. Ya veo… muy bien, traedlo a uno de los dormitorios del puente principal. Y olvide esa parte del plan que sugiere la idea de maquillar a una de nuestras chicas para que se parezca a mí. Haré todo lo que sea necesario. Mañana. Correcto.

Se sentó fríamente observando la imagen del prisionero en la astroplaca. El hombre, el observador, yacía en la cama, una figura casi inmóvil, los ojos cerrados, pero con la cara curiosamente tensa. Parecía, pensó ella, como si estuviera descubriendo que por primera vez en esos cuatro días, las invisibles líneas de fuerzas que le habían mantenido atado hubiesen sido eliminadas.

Al lado de ella, la psicóloga siseó:

—El aún recela, y lo seguirá haciendo hasta que usted relaje su mente parcialmente, sus reacciones generales se volverán más y más concentradas. Cada minuto que pase incrementará su convicción de que tendrá sólo una oportunidad de destruir la nave, y que deberá ser decisivamente despiadado e indiferente frente al peligro.

—Le he estado condicionando durante las pasadas diez horas para que nos resista de una forma muy sutil. Lo verá en un momento… ¡Ah!…

El observador se estaba sentando en la cama. Asomó una pierna por debajo de las sábanas, luego se deslizó hacia adelante y se levantó. Era un movimiento curiosamente poderoso.

Se quedó quieto por un momento, una alta figura en pijama gris. Había estado planeando cuidadosamente sus primeras acciones porque, después de una rápida mirada hacia la puerta, caminó hacia uno de los armarios empotrados en una pared, tiró de ellos probándolos, y luego los sacudió abriéndolos sin esfuerzo, rompiendo los cerrojos uno por uno.

El suspiro de ella fue sólo un eco del suspiro de la teniente Neslor.

— ¡Espacio! —dijo la psicóloga finalmente—. No me pregunte cómo es que está rompiendo esos cerrojos de metal. La fuerza debe ser un producto accesorio de su entrenamiento Dellian. Noble dama…

Su tono era ansioso, y la gran capitana la miró.

— ¿Sí?

— ¿Piensa, bajo estas circunstancias, que aún deba usted jugar un rol tan personal en su sometimiento? Su fuerza es obviamente tal, que puede destrozar el cuerpo de cualquiera de a bordo…

Fue cortada por un gesto imperioso.

—No puedo —dijo la Excelentísima Gloria Cecily— arriesgarme a que un tonto cometa un error. Tomaré una píldora contra el dolor. Dígame cuándo es el momento de entrar.

El observador se sentía frío y tenso cuando entró en el cuarto de instrumentos del puente principal. Había encontrado sus ropas en alguno de los armarios cerrados. No sabía que estaban allí, pero los armarios habían despertado su curiosidad. Había hecho los movimientos preliminares Dellian de extraenergía; y las cerraduras saltaron bajo su
superfuerza.

Se detuvo en el umbral, su mirada fue de un lado a otro de la gran habitación de techo abovedado. Y después de un momento, su terrible miedo de que él y su linaje estaban perdidos, sufrió otra transfusión de esperanza. Estaba libre.

Esta gente no debía tener ni lamás ligera sospecha de la verdad. El gran genio, Joseph H. Dell, debía de ser un hombre olvidado en la Tierra. Su liberación debía encerrar algún plan, por supuesto, pero…

«Muerte —pensó ferozmente—. Muerte a todos ellos, como una vez la infligieron ellos, y como lo harían otra vez.» Estaba examinando la serie de tableros de control y por el rabillo del ojo vio a la mujer entrar proveniente de una de las paredes cercanas.

Miró hacia arriba; pensó con un goce salvaje: ¡la líder! Tendrían armas que la estarían protegiendo, naturalmente, pero no podrían saber que él había estado pensando frenéticamente cómo podía forzarlos a que usaran las armas contra él.

Seguramente, ellos no podían estar preparados para unir sus elementos componentes otra vez. El mismo acto de liberarlo mostraba intenciones psicológicas.

Antes de que él pudiera hablar, la mujer dijo, sonriente:

—Yo realmente no debería dejar que tocara esos controles. Pero hemos decidido emplear una nueva táctica con usted. Libertad dentro de la nave, uña oportunidad de hablar con la tripulación. Queremos convencerle… convencerle…

Algo de la desolación y de la implacabilidad de él debía de haberla tocado. Se tambaleó, se agitó y apartó su invisiblemolestia; luego sonriómás firmemente, y continuó en un tono más persuasivo:

—Queremos que se dé cuenta de que no somos ogros. Queremos que cese su alarma de que deseamos dañar a su gente. Debe saber, ahora que le hemos encontrado, que el descubrimiento es una cuestión de tiempo. La Tierra no es cruel, o dominante, por lo menos lo ha dejado de ser. Se exige un mínimo de alianza, y eso sólo por la idea de una unidad común, la indivisibilidad del espacio. También se pide que las leyes criminales sean uniformes, y que un elevado mínimo de salario para los trabajadores sea mantenido. En contrapartida, las guerras de todas clases están absolutamente prohibidas. Exceptuando esto, cada planeta o grupo de planetas puede tener la forma de gobierno que más les plazca, comerciar con quienes quieran, vivir su propia vida. Seguramente, no hay nada tan terrible en esto como rara justificar la curiosa tentativa de suicidio que M cometido cuando descubrimos la estación meteorológica.

Podía, pensó, mientras la estaba oyendo, romper su cabeza primero. El mejor método sería el de cogerla por los pies y estrellarla contra la pared metálica o el suelo. Los huesos se romperían fácilmente y el acto serviría a dos propósitos vitales: Sería una terrible y saludable advertencia a los otros oficiales de la nave, y precipitaría sobre él el fuego mortal de sus guardias.

Caminó un paso hacia ella. Y comenzó los apenas visibles movimientos de músculos y nervios necesarios para preparar el cuerpo Dellian a un golpe de capacidad superhumana. La mujer estaba diciendo: —Usted había dicho antes que su gente habitaba cincuenta soles en este espacio. ¿Por qué sólo cincuenta? En doce mil o más años, una población de doce billones no sería imposible.

El dio otro paso. Y otro. Entonces supo que debía continuar hablando sí esperaba que ella no sospechara durante esos segundos vitales en los que él se estaba acercando cada vez más. Dijo:

—Cerca de dos tercios de nuestros matrimonios son estériles. Ha sido muy lamentable, pero es que hay dos tipos de nosotros, y cuando hay matrimonios entre esos dos tipos, pues no hay obstáculos que los impidan…

Estaba muy cerca; oyó que ella decía:—¿Quiere decir que ha ocurrido una mutación y que los dos tipos no se mezclan? No tuvo necesidad de responder a eso. Estaba a unos tres metros de distancia de ella y se abalanzó como un tigre.

El primer brillo de energía rozó su cuerpo demasiado bajo como para ser fatal, pero trajo una caliente náuseas y una espantosa pesadez. Oyó a la gran capitana gritar:

— ¿Qué está haciendo, teniente Neslor? Entonces la cogió. Sus dedos estaban cogiéndola muy fuerte por el brazo, cuando el segundo golpe le pegó alto en las costillas y la boca se le llenó de espumeante sangre. A despecho de todos sus deseos, sintió que sus manos se deslizaban sobre el brazo de la mujer. Oh, espacio, cómo hubiese deseado arrastrarla con él al reino de la muerte… Una vez más, la mujer gritó: — ¿Se ha vuelto loca, teniente Neslor? ¡Deje de disparar!

Justo antes de que el tercer disparo le quemara con su indescriptible violencia, pensó con una final y tremenda mueca sardónica:

«Ella aún no sospecha. Pero alguien lo ha hecho, alguien que en el último momento ha adivinado la verdad. Demasiado tarde. ¡Demasiado tarde, tontos! Continuad la búsqueda. Ellos ya han sido avisados, tienen tiempo para esconderse aún más. Y los Cincuenta Soles están desparramados, desparramados entre un millón de estrellas, entre…». La muerte interrumpió su pensamiento.

La mujer se levantó del suelo y se esforzó vertiginosamente para que susmaltratados sentidos volvieran a su cerebro. Fue vagamente consciente de que la teniente Neslor entraba a través de un transmisor, se detenía frente al cuerpo muerto del Gisser Observador y luego se apresuraba a llegar a su lado.

— ¿Está bien, querida? Fue tan difícil disparar a través de una astroplaca que…

— ¡Loca! —La gran capitana tomó aliento—. ¿Se da cuenta de que un cuerpo no puede ser reconstituido una vez que los órganos vitales han sido destruidos? La reconstitución no puede hacerse a partir de trozos. Tendremos que volver a casa sin…

Se detuvo. Vio que la psicóloga la estaba mirando fijamente. La teniente Neslor dijo:

—Su intención de atacar era innegable y era demasiado pronto según mis gráficos. A través de todas las pruebas, él nunca había encajado en nada parecido a la psicología humana.

—En el último momento recordé a Joseph Dell y la masacre de los superhombres Dell hace quince mil años. Es fantástico pensar que algunos de ellos pudieran escapar y establecer una civilización en esta remota parte del espacio.

— ¿Lo ve ahora? : «Dellian»… Joseph M. Dell…, el inventor del robot perfecto Dellian.