(El Pueblo), Relato Corto, Zenna Henderson

El Viaje de Katie-Mary – Zenna Henderson

Verás… tenemos esta casa, como… ya sabes, una vieja granja totalmente rodeada por un amplio porche. Los catetos del lugar le llaman antro hippie, y cuando los polis del lugar no tienen otra cosa que hacer, deambulan delante de la casa y fingen estar ocupados.

Ahora bien, sé que este asunto de los hippies no es verdadero. Aquí no. Paran montones de tíos y chavalas que se dirigen a la costa, donde están los de verdad. Pero nunca se quedan aquí… al menos los auténticos. Se largan en uno o dos días, salvo los que no pueden o no quieren conformarse. No pueden comprar toda la casa, y por eso se largan… son demasiado individualistas. Escucha, si crees que adaptarse es para los anticuados o los formales… reflexiona. ¡Hermano, te adaptas al rollo hippie o estás fuera!

Tomemos el lenguaje, por ejemplo. Hay algunos que me miran con el ceño fruncido, tratando de entenderme. Así que una vez me escuché a mí mismo durante un tiempo y descubrí que soy un verdadero políglota. Si hay una forma de lenguaje que me gusta, la adopto. Warum nicht!

Pero si no tienes el vocabulario de un movimiento… no estás en él. ¿Te das cuenta?

No, los que se quedan aquí durante un tiempo son los individualistas… los solitarios que no tienen una pandilla con la que estar, que buscan algo y que piensan que tal vez, si se quedan en un lugar el tiempo suficiente, como aquí, donde los pasajeros van y vienen, lo que están buscando aparecerá.

¿Y yo? Soy el que más tiempo ha estado aquí. Y todavía no ha aparecido nada. O tal vez ha pasado de largo.

Yo inicié esta casa. Sin querer. Cuando encontré este lugar, y todavía estaba por ahí luchando, pensando que tal vez ése era el camino, recorrí estas habitaciones vacías, llenas de polvo, en las que todo retumbaba. Sin nada, una nada encantadora alrededor, sujeta por paredes y un suelo y un techo que subrayaban este particular fragmento de nada. Me asomé por las ventanas. En tres de los costados, nada hasta el horizonte. Ni colinas ni montañas que sujetaran el cielo, así que la parte superior del techo era lo único que evitaba que el cielo se aplastara contra el suelo. Al otro lado, los establos, y más allá… el comienzo de la ciudad. No necesitaba mirar en esa dirección.

Así que quité el barro de las habitaciones, barrí el polvo y fregué las tablillas gastadas. Arreglé el tubo de la cocina y encendí el fuego de la salamandra. Después, durante un largo y satisfactorio anochecer, me senté en el suelo, sobre mi saco de dormir, y observé el parpadeo del fuego detrás de la mica astillada de la puerta de hierro colado.

No sé quién o qué originó esto, pero un par de meses más tarde la gente empezó a quedarse a dormir en el suelo de mi casa. Nunca me molesté en poner muebles. Había algunas cajas vacías de manzanas por ahí para poner las lámparas, o por si alguien tenía que sentarse en un lugar alto. Finalmente instalé un par de salamandras más y puse en funcionamiento la cocina económica —de Kalamazoo directo a ti—, con el depósito de agua y todo, y clavé una caja con ranuras en el lado interior de la puerta de entrada. Si alguien quería echar allí un trozo de pan al entrar o al salir… fantástico. Si no, Ce nefait rien.

Después de un período inicial de rechazo, empezó a no importarme tener desconocidos, aunque nadie de quien hacerme responsable, a mi alrededor. Y, finalmente, casi empecé a disfrutar con ello.

¿Los otros habituales?

Bueno, está esa muchacha, Katie-Mary. Es rara. Se pasa el tiempo yendo de un lado a otro, haciendo sus cosas. Limpiando su zona del suelo a la perfección, rascando las tablas viejas y rotas. Incluso quita la suciedad y la porquería que tardó años en juntarse entre una tabla y otra. Así que cuando hay viento la corriente se filtra por el vacío que hay debajo de las juntas y le mueve los bordes de las mantas.

El invierno pasado casi se congela. El temblor de las mantas asustó a otra visitante, Doos, y se pasó la mitad de la noche gritando porque pudo ver la Serpiente ondulante que rodeaba a Katie-Mary: La Serpiente Rosada de la Contemplación, que es única entre las serpientes porque tiene ombligo. Pero Katie-Mary se levantaba todas las mañanas, endurecida de frío, y volvía a fregar su trozo de suelo.

Tenía que acarrear el agua desde fuera… porque no hay cañerías. Hay una bomba de mano en el patio de atrás, que tiene la tubería descubierta. Cuando llega el frío, la envolvemos con arpillera… si nos acordamos. Y hay dos retretes: para hombres y mujeres, hechos por nosotros.

A veces estamos amontonados… pero Katie-Mary no. Nos apretamos y hacemos lugar, pero nadie quiere meterse en ese rectángulo blanco de Katie-Mary. Lo cual provoca otro problema que molesta a los viajeros. Nos acomodamos como si hubiera dormitorios… separados. No cohabitamos. ¡Un misterio, hombre, un misterio!

Bueno, como decíamos, este tío llegó una noche, la primavera pasada, naciendo rugir su moto. Un chico joven… un motorista hecho y derecho: cuero negro, casco de astronauta, de esos reflectantes que te impiden ver al otro lado. Fue como si la primera noche llenara toda la casa, ¿sabes?

Tú estabas discutiendo con alguien y ahí estaba él, escuchando como… bueno, como bebe un tío sediento. Pero algunos del grupo empezaron a ponerse realmente nerviosos y él estuvo a punto de recibir una paliza un par de veces sólo por escuchar. Pero recuerda, su manera de escuchar era como la succión de una aspiradora. Finalmente decidí que lo mejor era señalarle el error de su conducta, porque no quería tener una guerra declarada. Le puse la mano en el hombro… y durante un minuto pensé que revivía un mal viaje. Fue como… bueno, como una corriente de Algo que se curvaba en el cerebelo, sobresaliendo como largos signos de interrogación, hundiéndose hasta mis raíces, intentando descubrir, saber…

Entonces me sonrió con desgana, me miró por encima del hombro y me dijo:

—Sí, sí, Frederic, me tranquilizaré. No queremos declarar una guerra.

Y se fue a buscar un lugar para dormir mientras yo me quedada parpadeando, asombrado, y las palabras que no había pronunciado me secaban la boca y oía mi nombre verdadero por primera vez.

Acabó en lo que solía ser una despensa, apenas, lo bastante grande para acostarse, en la que si te estirabas te raspabas los nudillos con las dos paredes.

—Central —respondió antes de que yo lo preguntara—. Recibo con facilidad.

Pensé que a la mañana siguiente se habría marchado, pero no fue así, se quedó… era un marginado.

Nunca tenía mucho que decir, pero al parecer siempre había alguien discutiendo con él. Lo suyo era escuchar, salvo que a mí me parecía que al escuchar estaba preguntando. También era un Cazador, alguien que Espera. Pero a veces interrumpía y empezaba a hacer preguntas en voz alta. En esos casos ya no era el Oyente. Así que el otro tío, o a veces la chica, se largaba y el Oyente se alejaba haciendo rugir ese Productor de Contaminación (Ruido) y se las arreglaba para regresar en algún momento, cuando se había apagado la última vela o la última lámpara, no había electricidad, sin despertarme. Y tengo el sueño liviano.

No sé cuáles eran las razones, pero hace varios meses, durante un tiempo, la casa estuvo atestada. Debió de ser una migración masiva a la costa… ¿tal vez era el síndrome del ratón de campo?

La bomba del patio chirriaba a todas horas. Delante de los retretes se formaban colas. Y en cada rincón se encendían cerillas de vez en cuando.

«¡Velas, claro! ¡Pero esta lámpara…! ¡Mira cómo humea esta maldita cosa! ¡Uauu! ¡Ese vidrio está caliente! ¡Mira, y da luz! ¡Las cosas que inventan!

»¿Separarme? ¡Hombre, yo no puedo dormir sin mi parienta! Quiero decir, que no cierro los ojos…

»Feliz insomnio. Lo que quiero es quedarme por aquí… Hacerlo que me gusta. Eres libre de largarte.

»Sí. Libre. ¡La próxima casa está a ciento veinte kilómetros por la carretera!»

Así que durante un tiempo la casa se llenó y se vació como los pulmones al respirar, y la caja de la puerta también se llenó y se vació. El dinero se amontonó hasta tal punto que pensé en hacer una instalación eléctrica, pero deseché la idea enseguida. Lo primero que supe acerca del viaje de Katie-Mary fue durante la agradable tregua que se produjo después de que la casa estuviera tan atestada. Guesky, otro visitante… aparentemente lo suyo es la contemplación, cosa que, si quieres saber mi opinión, le da aspecto de dormido. Creo que lo que hace realmente es ver la poca actividad que puede desarrollar y parece que está agonizando. Así que para él fue toda una excursión subir hasta mi guarida, en el ático sin acabar que hay en el último piso de la casa, donde el polvo está intacto salvo exactamente a mi alrededor. Me despertó tocándome con el pie. El duerme en un banco. Casi no puede subir ni bajar del suelo. Se tropieza con su propia polla.

—¡Eh, tío, muévete! —dijo—. Katie-Mary ha vuelto. Volvió esta noche. Tío, ha tenido un mal rollo. Todavía alucina. Está allí chillando y golpeando el suelo. Doos no quiere tocarla. Dice que la ve rodeada de alienación…

—No puedo hacer nada —dije, bostezando, y me rasqué donde las mantas me habían raspado.

—Ciérrale la boca, o haz algo —dijo Guesky—. Hasta que deje de viajar.

—¿Qué ha tomado? —pregunté—. Creía que lo suyo era ser casi santa…

—¡No, tío, no te enteras! —gritó Guesky—. Se largó. Se fue de viaje. Se las piró con un tío cuando él la llevó a la ciudad en su bólido. Se largó, tío. ¡Había desaparecido! Y ahora ha vuelto, y está gritando y golpeando el suelo.

—Es mejor que llames al Oyente y no a mí —dije, deslazándome otra vez debajo de mi manta, acomodando la nuca en el codo doblado—. Katie-Mary y yo no nos ponemos de acuerdo. Ella siempre está esperando que yo espere que ella espere que yo intente conquistarla. Es mejor que llames al Oyente.

Así que Guesky se fue y cerré los ojos. Pero no pude mantenerlos cerrados. ¿Qué era lo que inquietaba a Katie-Mary? Ella solía ser bastante inconmovible.

Finalmente me di la vuelta hasta que con la oreja sentí el metal frío del enrejado que cubría el suelo. Estaba encima del cielorraso del dormitorio en el que dormían las chicas. No, no se puede ver a través de él. Hay suciedad, polvo, telarañas, y diez centímetros de porquerías entre las rejas, por eso no se ve nada. Pero si Guesky hubiera hecho entrar al Oyente en lugar de hacer salir a Katie-Mary… y eso es lo que había hecho.

Lo único que oí fue la voz de Katie-Mary. El Oyente fue El Oyente Absoluto..

—No estaba lastimado, pero se sentía tan impresionado que lo llevé a Harmon Park hasta que recuperó la compostura. Dijo que no estaba acostumbrado a conducir. «¡No por las calles!», dijo.

—La voz de Katie-Mary se elevó y se hizo más aguda—. «¡Y por encima de los árboles no se encuentran demasiados transeúntes!»

»Así empezó —dijo Katie-Mary—. Eso fue lo que me atrapó. Anduve por ahí preguntándome durante cuánto tiempo podría seguir así. Volvió a preguntarme si estaba lastimada, y volví a decirle que sólo me había dado un codazo y que ni siquiera me había tocado los pies. Estaba tan aliviado que empezó a hablar… como un hombre. De vez en cuando se interrumpía y parecía triste por algo que había dicho pero volvía a empezar.

»Parecía que había abandonado a su Pueblo. No, no es un fugitivo. Le dieron un coche y lo que, supongo, era el equivalente a una bendición. Viejo. El coche era viejo. Pero funcionaba como si fuera recién estrenado. Le gustó cuando le hablé de que cada uno debía hacer su vida y dejar que los demás hicieran la suya.

»»Se lo dije», dijo encantado. «Les dije que ya no le importaba a nadie. A nadie le importaba si yo me olvidaba y… me elevaba en lugar de caminar… o hacía otras… cosas insignificantes… como ésa.»»

Katie-Mary tenía problemas para articular las palabras y modular la voz. Se produjo un breve silencio. Luego chilló, histérica.

—¿Crees que me estaba tomando el pelo? ¡Te equivocas, tío! ¿Sabías que no compró ni una gota de gasolina para ese extraño coche suyo en todo el tiempo que estuvo en la ciudad? Cuando se lo pregunté, se echó a reír. «Oh, no necesito gasolina. Simplemente levanto el coche para que haya presión suficiente y las ruedas giren. Por supuesto, tengo que dejar que el motor haga bastante ruido para resultar convincente.» —Katie-Mary se sonó ruidosamente la nariz, tragó saliva y prosiguió.

»Estaba tan contento de oír que cualquiera podía hacer cualquier cosa y no… no… ¡Oh, eso ya lo dije! Pero lo estaba. Parece que su Pueblo… por lo que decía sonaba como si fuera una comuna, pero no lo es. Vi… de cualquier manera, siempre han sido diferentes de los demás… todos. Y muy estrictos con respecto a permitir que alguien se enterara. Él… ¿qué? Oh, se llama Degal… no, simplemente Degal. Nunca se lo pregunté.

»»Para el Pueblo será una verdadera ironía», me dijo una vez, como si su Pueblo fuera el único pueblo que existe en el mundo. «¡Creen que son diferentes y durante todo el tiempo… espera a que les cuente! Vosotros tenéis Sensitivos, ¿verdad?»

»»¿Qué es eso?», le pregunté.

»»Oh, ya sabes. Tal vez vosotros les dais otro nombre Ya sabes… tocar al que sufre… interpretar los motivos del dolor y la enfermedad. Entrar en la mente. Curar.»

»»¡Tío, estás flipado!», le dije. Es ese asunto de curar por la fe. Bueno, claro, si crees en eso… pero me miró —dijo Katie-Mary con voz temblorosa. Apenas pude oír lo que dijo después porque lo hizo en voz baja y suave—. Entonces lo sentí dentro de mi mente… preguntando… preguntando… abrigando esperanzas. Entonces se fue, desilusionado, y siguió abrigando esperanzas. En cierto modo… en cierto modo lo defraudé.

»»Algunos miembros de nuestro Pueblo», dijo apresuradamente, supongo que para aliviarme, «han estado encerrados durante tanto tiempo que les resulta difícil abrirse a alguien. Lo siento.»

»No —dijo Katie-Mary en un murmullo—. No todo al mismo tiempo. Un mes, o seis semanas. Pequeños fragmentos en distintos momentos. Él es tan joven… Oh, es mayor que yo, pero tan joven… Así que ahora… —Ya no había lágrimas en sus ojos pero aún estaba asombrada.

»Le pregunté una vez de dónde venía. «Del Hogar», me dijo. «¿De un hogar de niños huérfanos?», le pregunté. Y se echó a reír. «¡No! ¡Del Hogar! Yo no, por supuesto. Yo nací en la Tierra, en el cañón, pero mi abuelo…», y escucha esto, tío, «mi abuelo fue uno de los que llegaron a la Tierra desde el Hogar». «¿Cómo?», le pregunté. Y como si le hubiera preguntado algo tan sencillo, me respondió: «En la nave, por supuesto. ¡Durante el Cruce!»

»Eso fue todo —dijo Katie-Mary—. Platillos volantes. «¿Qué has estado tomando?», le pregunté. «¿Tomando?», me dijo, aguardó un instante y se echó a reír. «No necesito nada para volar. ¡Mira esto!»

A Katie-Mary se le quebró la voz.

—Después de la primera vez, no quise seguir mirando. Estaba asustada. No entendía. Pensé que tal vez había perdido la cabeza. Pero seguí mirando…

»Una noche estábamos junto al recodo del río. Era una noche luminosa. Me dijo que la luna se había caído al agua, y pareó» que era así. Bueno, se elevó en el aire, por encima del río, como un cohete. Luego se quedó ahí arriba del agua brillante, por encima de los árboles envueltos en sombras, y él… parecía uno de esos gimnastas de las olimpíadas que aparecen en televisión, sólo que él no estaba sujeto a nada. No corría peligro de caer. No sudaba. Lo hacia con facilidad… con rapidez… como un pájaro sin alas. Como un avión que se hubiera vuelto loco. Cuando bajó con un chasquido, riendo, jadeando y diciendo «así es como vuelo…», me encontró acurrucada y muerta de miedo bajo los árboles, y dejó de sonreír. Me dio unos golpecitos en el hombro. Me dijo que lo lamentaba. Que tendría que haber sabido que yo no me refería a volar físicamente…

»¡No! —dijo Katie-Mary elevando la voz—. ¡No… nada! ¡Sabes que no! ¡Nunca! ¡Lo hizo! Él… voló… lo hizo. ¡Lo hizo! »;Y después qué? Después me pidió que me fuera con él. Que fuéramos a reunimos con su Pueblo. Para demostrarles que ya no necesitaban seguir aislados. Que ya era hora al fin de que se integraran en la sociedad y que compartieran todos sus Dones y Concepciones…

Oí que Katie-Mary gritaba:

—¡No… no! ¡Me haces daño!

Y luego el Oyente dijo en un tono de ira que nunca había oído:

—¡Te estás riendo de mí! —exclamó—. ¿Quién te informó? ¿Quien te contó?

—¡No! —volvió a gritar Katie-Mary— ¡Nadie!

—Lo siento —dijo el Oyente—. Olvídalo. Simplemente olvídalo…

Oí que Katie-Mary se interrumpía en mitad de una palabra. Estaba a punto de salir de mi saco de dormir cuando la oí preguntar:

—¿Dónde estaba?

—El te pidió que te fueras con él… —respondió el Oyente.

—Sí, me lo pidió —dijo Katie-Mary. Lanzó un prolongado suspiro, como si no fuera a respirar nunca más—. No puedo —dijo—. No puedo.

—Sí —dijo el Oyente—. Dilo y todo pasará.

—Era de noche —dijo enseguida, sigilosamente, como si tuviera miedo de romper algo—. Era de noche, o yo estaba totalmente flipada. En ningún momento tocamos la carretera con los neumáticos. Cuando salimos de la ciudad, no vimos ni un solo camino. Me esforcé por mantener los ojos abiertos y vi que las montañas pasaban a toda prisa por debajo de nosotros… lejos de nosotros…, como un río sinuoso veteado de espuma blanca. Y todo el tiempo él parloteaba hablando del Hogar y del… Cruce y finalmente dejé de escuchar… Quería bajar. Estaba desesperada por bajar. Me estremecí y él… sonrió y me dijo: «Oh, lo lamento.» ¡Y dentro del coche empezó a hacer calor! Un calor suave, agradable, encantador…

Katie-Mary bajó la voz y añadió en tono vacilante:

—Oh, ¿no te das cuenta? —gritó apasionadamente—. ¿No comprendes? Y aún no te lo he contado todo. No te he contado todo lo que me contó Degal, que encajaba perfectamente y era cada vez más claro, hasta esa noche, cuando finalmente gritó: «¡Mira!» y el coche se inclinó y descendió hendiendo el aire como un águila, y vi a su Pueblo que se elevaba para ir a recibirlo, y los rostros pálidos que subían a toda prisa para reunirse con él en el aire. Y la puerta del coche que se abría dejando que él saliera e intercambiaban toda clase de comentarios… y el coche se deslizó hacia abajo, inclinándose como una hoja seca y la puerta del lado izquierdo se abría y se cerraba. Y yo me inclinaba hacia atrás y hacia delante en el interior del coche, temiendo por mi vida, mientras fuera…

»Estaba fuera de ese mundo maravilloso… el Hogar de Degal… que él no consideraba tan diferente del mundo tal como es ahora. ¡Oh, hermano!

»Me estiré y encendí las luces del coche. Mientras éste se balanceaba, las luces recorrían las copas de los árboles e iluminaban al alegre y parloteante grupo que se precipitaba de un lado a otro como si fueran pájaros, apiñándose alrededor de Degal.

»¿Sabes lo que me parecieron de repente las luces del coche? ¿Lo sabes?» —Volvió a gritar con voz estrangulada.

— Y colocó al este del Jardín -dijo lentamente el Oyente-una espada llameante que giró en todas las direcciones para mantener…

—Para mantenerme alejada — añadió Katie-Mary-! Oh, empecé a caminar, de acuerdo. Y los vi a todos. Conocí a Valancy y a Jemmy… Ellos son el Engranaje. Y a Robelyn, la chica de los ojos grandes, y todos saludaban a Degal… y todos esos niñitos astutos aprendían a volar por encima del arroyo. Una niña se cayó cuando olvido cómo debía cruzar. La empujaron y la abrazaron y la regañaron, y le dieron un caramelo para que dejara de llorar. El caramelo era una fruta que, al morderla, producía música. Cuando rió, vi que tenía los dientes manchados de rojo por el jugo.

»Estuve allí durante… bueno, no puedo decirte durante cuánto tiempo. Una noche no pude dormir preguntándome dónde me había metido. Otra noche me apoyé en el alféizar y vi a Degal y a esa Robelyn elevarse en dirección a la luna, entre las copas de ios árboles, haciendo una especie de danza delirante y maravillosa, o algo así, en el cielo. Y parecía que había música… una música que los movía como la luz mueve… ¡Oh, no hay palabras para describirlo! Pero cuando desaparecieron, dejó de sonar la música. Supongo que la hacían ellos al moverse. Escuché con los ojos…

»Y debajo de mi ventana alguien dijo: «¿En el aire? ¿Ya? Será mejor que Valancy se dé prisa a hilar…» Luego las voces alegres se alejaron.

»Pero todo el tiempo sentí que bajaba… como si tuviera que mirar hacia arriba…

»¡No! ¡En absoluto! Nunca me denigraron… nunca. ¡No quisieron! ¡No pudieron! Juntos. Uno. Encantador. Servicial. ¡Oh, ya sabes! Mucha gente lo dice… ¡ellos lo hacen!

Cuando ella guardó silencio, el Oyente murmuró algo. —No, no hay trabas —aseguró Katie-Mary—. Cada uno es como es. Nadie hace las cosas simplemente porque los demás las hacen… excepto, quizá, los niños. Volví a oír un murmullo.

—No son distintos de cualquier población de las colinas —aclaró Katie-Mary—. Los que pasan por allí en coche se detienen para pedir que los orienten. Y no notan nada, salvo que siguen su camino sonrientes y cómodos. No llegan muchos. El cañón está alejado del camino…

»Sí, hay una carretera… pero no es muy buena. Porque, por supuesto, no la utilizan demasiado.

La voz de Katie-Mary sonó cansada, ya no vibraba como una cuerda tensa.

—Aún recuerdo el suave sonido de las pisadas que iban de un lado a otro, de un lado a otro. Tienen una sala enorme para reunirse, y oía los pasos en el piso de arriba, de un lado a otro, de un lado a otro. Me fastidiaba un poco, y Karen se rió y me llevó arriba. Allí estaba Valancy, hilando en una rueca enorme, como en los cuadros antiguos. No estaba sentada, sino caminando de un lado a otro, entrando y saliendo del cuadrado de sol que entraba por una ventana pequeña, tirando de la hebra y haciéndola girar en un huso.

«Aquello acabó conmigo. —Katie-Mary susurró, compungida—. ¡Estaba hilando la luz del sol! ¡La luz del sol! Y tal vez algo más —le respondió al Oyente—. Pero lo único que vi fue la luz del sol. «Es especiar, me dijo Karen. «Se hace cuando hay una boda, o un bautismo. La tejemos…» Levantó un poco de luz y le pasó la mano para alisarla. Mientras ella la rozaba, cambió de colores. «No decidimos qué color tendrá hasta que estamos a punto de utilizarla.» Ahora me gustaría haberla tocado. Tuve miedo de hacerlo ¿Alguna vez acariciaste el sol?

«¡Imagínate! Hacen ropa con el sol y hay un individuo que corta leña para las. chimeneas. No hay carreteras porque no las necesitan… y los chicos recogen guisantes en el huerto para la cena. Hubo un prolongado silencio y me pregunté si Katie-Mary se habría quedado dormida. Parecía bastante cansada. Pero el silencio pareció llenarse de sonidos. Entonces el Oyente dijo algo breve, con voz quebrada.

—¡Un momento! —exclamó Katie-Mary con energía—.¡Imposible, tío! ¡Imposible! ¡Yo ya no sufro por nadie! —Entonces su tono de voz cambió y declaró—: No puedo. Sinceramente, no puedo. Aunque estés perdido. Aunque hayas estado buscando toda tu vida. ¡No puedo! No conozco el camino, ¿recuerdas? ¿Cómo pretendes que recuerde un camino que nunca recorrimos? ¿Crees que en las nubes hay señales de tráfico? Ni siquiera sé en qué dirección… salvo que… —Reflexionó—. Salvo que antes de que empezáramos a bajar al cañón, el sol salió por detrás de nosotros y proyectó nuestra sombra sobre el cañón.

Volvió a reinar el silencio.

Luego Katie-Mary dijo:

—¡Oh, no! ¡Otro chiflado no! ¿Qué ocurre conmigo que todos…? —Su suspiró de aceptación fue prolongado y tembloroso y lo oí claramente—. De acuerdo, entonces, de acuerdo. Tal vez esto es lo que he estado esperando hacer todo este tiempo. De acuerdo, hazlo. —Pareció resignada—. Si crees que puedes lograr que me acuerde de todo, muy bien, lo intentaremos. No creo que recuerde todo lo que quieres, pero estoy demasiado cansada para pelear contigo. Otro chiflado…

Bajé la escalera.

Me estaban esperando en la puerta, montados en la moto, con los cascos en la mano. Katie-Mary me miró con expresión de impotencia.

—Regresaré —me dijo—. El dice que regresare. —Asintió, estaba sentada detrás del Oyente y se puso el casco y se ocupo de ajustar las fijaciones.

El Oyente me sonrió…, como un chico ansioso que aguarda la llegada de la Navidad.

—Gracias, Frederic —me dijo-i Gracias.

—No tiene importancia —le respondí—. Supongo. ¿Pero por qué?

—El suelo de tu casa es cómodo. Y el agua era fresca. —Me sonrió—. Y Katie-Mary estaba aquí. —Se bajó el visor del casco. La luz iluminó el oscuro vacío dejado por su rostro. Me sorprendí mirándole las manos para ver si eran verdes, para ver si era un hombrecito verde de… ¿de dónde? Pero llevaba los guantes puestos.

Cuando abandonaron el rectángulo de luz que formaba la puerta abierta desaparecieron de la vista. Me quedé un buen rato de pié bajo la luz fría hasta que el rugido tartamudo de la moto se apagó.

~ * ~

 A veces pienso que pasó un siglo; otras veces que sólo transcurrieron diez minutos hasta que Katie-Mary volvió a aparecer bajo la luz de la lámpara, con el rostro sereno y serio. En realidad pasó aproximadamente una semana. O eso creo.

—¡Hola, muñeca! —la saludé—. Adelante. —Si no me hubiera apartado, habría chocado conmigo. Parecía sonámbula.

—Lo llevé —me dijo—. En esa moto suya. Rompimos ese encantador y espantoso silencio. Me sentía rodeada de astillas hasta que por fin nos detuvimos en el cañón. Degal estaba en la entrada, esperando. Y los Ancianos, Jemmy y Valancy. Y la chica de los ojos grandes. ¿Cómo es posible que lo supieran?

»El Oyente se quedó esperando… incluso después que yo bajé. Entonces Degal dijo: «Hola, Katie-Mary.» «¡Hola, Oyente!» —El rostro de Katie-Mary se contorsionó—. Él nunca había visto al Oyente, pero lo conoció.

Entonces el Oyente bajó. Dejó su moto allí parada, y la moto no se cayó. Observó a la gente del cañón. Entonces el… el Oyente, totalmente vestido de negro con su traje de motorista, se elevó en el aire y corrió hacia ellos tropezando, con la misma torpeza de esos niños que empiezan a aprender a volar. Ellos se elevaron en dirección a él y todos se dieron la mano y él dejó de tropezar.

»»¿Estoy en el Hogar?», preguntó el Oyente mientras volvía a descender lentamente por la ladera de la colina.

»»Estás en el Hogar», respondió Jemmy. «Yo soy Jemmy, y ellas son…»

»»Valancy y Robelyn», se apresuró a decir el Oyente. Sonrió. Era otra persona. Apenas lo reconocerías. De repente se convirtió en alguien demasiado grande, comparado con lo que yo recordaba.

De pronto Katie-Mary se sentó en el suelo; colocó las manos a cada lado del cuerpo, sobre el suelo, con las palmas hacia arriba; el pelo le cayó hacia delante y le ocultó el rostro. Un rato después volvió a hablar.

—Era tan cálido que casi me muero de frío fuera. Estuve fuera una eternidad. Esperando. Ellos hablaban. Todos ellos. Muy rápido, a toda, velocidad. Y todos al mismo tiempo. ¡Y sin emitir un solo sonido!

»Cuando por fin se callaron y me miraron tuve que mirar dos veces para distinguir al Oyente de Degal. Los dos tenían el mismo resplandor. El mismo… Habían aclarado todo.

«»Gracias, Katie-Mary», me dijo el Oyente. «Me pasé toda la vida buscando, sin saber siquiera si encontraría algo. Gracias. Te enviaremos de vuelta a casa.» Me miró desde detrás de la mata de pelo. «Nosotros, no ellos ni yo, sino nosotros te enviaremos de vuelta a casa», dijo. «Y te haremos olvidar después de que se lo cuentes a Frederic. Así serás más feliz. Frederic necesita conocer el final. Los cabos sueltos lo ponen nervioso.»

»Y me enviaron de vuelta. —Katie-Mary levantó la cara; dejó los ojos cerrados y la mano enredada en el pelo—. Me hicieron cerrar los ojos y me enviaron de regreso sola, sin moto, sin coche. Me enviaron hace muy poco. El viento me enfrió las mejillas y la nariz. Tuve la sensación de que todo se alejaba de mí. Y a toda velocidad. ¡Rápidamente! —exclamó, casi cantando, en tono soñoliento, suavemente, hasta que su voz se desvaneció.

—¿Dónde está ese cañón? —le pregunté bruscamente, sintiéndome repentinamente melancólico.

Katie-Mary abrió los ojos.

—¿Qué cañón?

—El cañón al que llevaste al Oyente —insistí—. Donde él voló hasta reunirse con su Pueblo.

—¡Voló! —exclamó Katie-Mary haciendo una mueca—. Tío, ¿qué has tomado? —Se levantó del suelo con un movimiento rápido y suave, como es su costumbre.

«Te haremos olvidar después de que…»

—Doos derramó sopa en el suelo —le dije, dándome por vencido…

—¡Esta Doos! —protestó Katie-Mary, pero no hizo ningún movimiento para limpiar—. ¿Sabes, Frederic? —me dijo con expresión pensativa—. Soy una inútil, como un cero a la izquierda; pero un cero al otro lado del número puede convertirlo en decenas, en cientos o en miles. Y tal vez sea importante contar, ¿no? —Se entretuvo en la puerta del vestíbulo y se volvió para mirarme—. Estoy pensando en pasarme al otro lado, ¿sabes? Será mejor que empiece a buscar un lugar que me guste, para empezar a contar. No es que no me haya gustado estar aquí, pero después de todo no puedo pasarme la vida fregando el suelo.

~ * ~

Bueno…

Desde que Katie-Mary se fue, su limpio rectángulo de suelo dejó de ser limpio. Cualquiera camina encima de él, o duerme en él, pero ya nadie lo friega. Y la inquietud y el desarraigo siguen apareciendo y desvaneciéndose, como una respiración febril.

No sé por qué me quedo. Todo esto ha perdido encanto. Pero si me largara… ¿a dónde podría ir? Nada de esto puede convencerme de que para mí existe un hogar encantador y acogedor en algún lugar de la tierra…

Pero entonces, tal vez, como Katie-Mary, pasaré al otro lado. Dos ceros al otro lado del número…