Relato, Vonda N. McIntyre

Torrente de fuego – Vonda N. McIntyre

Dark se movió lentamente a lo largo del fondo de un río amplio, rápido, pujando contra la corriente. Las aguas limpias daban golpes prolongados y burbujeantes a su coraza, y piedras redondas rasaban las escamas de su vientre. Ella podía vivir aquí, oculta en rápidos o remansos, saliendo a la superficie de hora en hora para volver a llenar sus reservas internas de oxígeno, teniendo un aspecto poco distinto del de un enorme canto rodado. En el momento adecuado podía cambiar incluso el color de su coraza para confundirse con la roca más clara, más grisácea de esta región. Pero seguía moviéndose; no iba a permanecer en el río tanto tiempo como para alterar su tinte rojo de orín.
Las vibraciones le advirtieron la presencia de saltos. Tomó más precauciones con los apoyos de sus manos y pies, aunque su propia masa era el ancla principal. Las piedras que avanzaban estruendosa y gradualmente río abajo no ofrecían demasiado sostén para las garras de Dark.
La turbulencia era traicionera y excitante. Pero ahora Dark tenía que esforzarse más para proseguir pues el lecho del río variaba con frecuencia debajo de ella. Conforme el agua aumentaba su velocidad también se hacía más somera, y cuando Dark notó algunos cantos rodados voluminosos, dio la espalda al flujo y se alzó hacia la superficie para respirar.
La fuerza de la corriente lanzó una rociada de agua sobre su espalda, formando una cortina que ayudaba a ocultarla. Respiró profundamente, bombeando aire a través de sus pulmones de reserva pero tratando de no exceder el muy eficiente ritmo de absorción de su organismo. Pese a lo ansiosa que estaba por volver a meterse bajo el agua, no se haría ningún bien si usaba más oxígeno del que almacenaba durante la parada.
La coraza de Dark, si bien impermeable e insensible al dolor, detectaba otras sensaciones. Ella siempre era consciente del pequeño punto de calor —por llamarlo de alguna forma, Dark no tenía una palabra más precisa— en el centro de su cresta espinal. Se trataba de un transmisor.
Aunque Dark pudiera preferir no escuchar los mensajes que el dispositivo le enviaba, la señal permanente de su presencia llegaba sin que ella fuera capaz de evitarlo. La misión del transmisor era atraer ayuda para Dark en casos de urgencia, pero ella no quería que la encontraran.
Deseaba huir.
Antes de que recobrara el aliento de un modo apropiado, Dark percibió que se acercaba un helicóptero, a gran altura y bastante lejos. Ella no lo veía: la rociada de agua rutilaba ante sus ojos cortos de vista. Tampoco lo oía: la embestida del río anegaba cualquier otro sonido. Pero disponía de más de un sentido que no tenía nombre aún.
Se hundió en el agua. Un observador habría tenido que mirar un simple canto rodado entre muchos para ver lo que había sucedido. Si los buscadores aún no habían detectado el transmisor, Dark todavía podía alejarse.
De nuevo se volvió contra la corriente y avanzó con firmeza hacia el manantial del río.
Con algo de suerte, el helicóptero estaría volando en un curso fijo y en realidad no habría localizado su transmisor. Era una posibilidad, pues al fin y al cabo actuaba con un haz reducido. El dispositivo nada tenía de la especificidad de un láser; estaba ideado para enviar mensajes vía satélite.
Pero la señal no atravesaba el agua… Ni los buscadores podían detectar a Dark, ni ella podía verlos o percibirlos a través de la alborotada superficie argentina del río. Confiada en su suerte, siguió avanzando.
El terreno era muy distinto de aquel en que ella se había ejercitado. Aunque se encontraba más cómoda bajo tierra que bajo agua, esta tierra no era ideal para excavar. Dark también podía sobrevivir bajo líquidos, y viajar resultaba francamente más rápido. Si no le fuera posible salir a la superficie para respirar, el tiempo que le costaría detenerse y extraer oxígeno directamente sería casi el mismo. Pero el carácter del agua era demasiado constante para su gusto. La acción de la corriente era previsible y su variación térmica resultaba trivial comparada con la que Dark era capaz de soportar. Ella prefería meterse bajo tierra, donde la excitación sazonaba la exploración. Pues aunque lenta, metódica y casi invulnerable, Dark era una exploradora. Solo que ahora no tenía parte alguna que explorar.
Se preguntó si alguno de sus amigos habría llegado tan lejos. Ella y otros seis habían decidido, en secreto, huir. Pero únicamente se habían ofrecido apoyo moral; los siete habían partido por separado. Veinte miembros más de la raza de Dark permanecían aún diseminados en su reserva, aguardando misiones que jamás se presentarían y fingiendo que no habían sido abandonados.
Aunque no era de noche todavía, la luz se apagaba en torno a Dark y dejaba gris y negro el fondo del río. Dark alzó los ojos lenta y precavidamente por encima del agua. Atisbaron sombríos detrás de su coraza. Eran unos ojos azules, casi negros, el único rasgo de belleza en su ser: el único rasgo de belleza en su ser después o antes de su transformación de una criatura que podía ser aceptada como humana a otra que no podía serlo. Incluso ahora no lamentaba haberse ofrecido voluntariamente para el cambio. Eso no la había aislado más; siempre había estado sola. También había sido inútil. En su nueva vida, Dark tenía cierto valor.
El cauce del río había penetrado entre árboles altos, gruesos, que no dejaban pasar casi nada de sol. Dark no sabía con certeza si esos árboles interferirían también las señales de radio. Ella no había sido concebida para trabajar en medio de una vegetación espesa y jamás había estudiado cuál sería la interacción de su cuerpo con tal vegetación. Pero no creía que hubiera seguridad para ella si daba un paseo silencioso entre los cedros gigantes. Intentaba orientarse, en horas de sol y con memoria corporal. Su capacidad para detectar campos magnéticos carecía de valor aquí, en la Tierra; ese sentido estaba ideado para señales más delicadas. Lo cerró, como si cerrara los ojos ante una luz cegadora.
Dark volvió a sumergirse y siguió el río contra la corriente, manteniéndose en el brazo principal. En cuanto cruzó los tributarios que corrían y se precipitaban sobre el gran canal, el río mismo se convirtió en poco más que un arroyuelo, y Dark quedó protegida únicamente por finos escarceos.
Sacó los ojos otra vez.
El paso a través de la loma yacía apenas un poco por delante y por encima de Dark, justo al otro lado de la fuente que creaba el río. A su izquierda había un amplio campo de guijarros, donde un peñasco y la ladera de una montaña se habían desplomado. El río fluía alrededor del cúmulo, desplazado por toneladas de piedras rotas. La grava se extendía a bastante distancia, como mínimo tan lejos como el paso y, con un poco de suerte para ella, por todo el paso… Era ideal. Apenas hundida en el agua, Dark se movió a través de la corriente. Sintió que las piedras bajo sus pies cambiaban de redondeadas y pulidas por el agua, a cortantes y desgarradoras. Llegó al borde de la ladera, donde la roca destrozada se proyectaba sobre el río. En la orilla apartó algunas piedras grandes, se afianzó y excavó rápidamente entre los fragmentos.
La matriz cristalina fracturada interrumpió su percepción de ecos. Dark esperaba que de un momento a otro pudiera toparse con un muro de roca sólida que la obligara a salir y la pusiera en peligro, pero las buenas condiciones la acompañaron durante todo el recorrido del paso. Luego, al otro lado, cuando arriesgó una mirada furtiva al mundo, Dark descubrió que la textura del terreno cambiaba bruscamente del lado de la loma. Al terminar la piedra destrozada, Dark no tuvo que buscar otro río. Cavó en línea recta, desde los guijarros hasta la tierra.
En la oscuridad seca y fría, Dark viajó con más lentitud aunque con más seguridad que en el río. Bajo tierra no había posibilidad de una fuga de señales de radio que la delatara. Siempre sabía dónde estaba exactamente la superficie. La superficie, a diferencia de la zona interfacial de agua y aire, no cambiaba constantemente. Dejando aparte el desmoronamiento de la ladera de una montaña, poco era lo que podía desenterrar a Dark. Una ladera de montaña era posible, pero su sonar detectaría las fallas y debilidades de la tierra y las rocas que pudieran crear algún peligro.
Dark deseaba descansar, pero estaba ansiosa por llegar al santuario de los voladores con la prontitud que pudiera. No tenía que ir mucho más lejos. Un solo centímetro podía ser importante, porque estaría segura únicamente después de atravesar las fronteras… Allá podría estar a salvo de gente normal: lo que hicieran los voladores cuando ella llegara era algo imprevisible para ella.
La visión de Dark abarcaba un nivel del espectro muy superior al que había abarcado cuando era humana. Durante el día veía colores, pero por la noche y bajo tierra usaba infrarrojos, que se traducían en sombras de negro distinguibles y diferentes. Se suponía que esas sombras debían ser algo semejante a colores, pero Dark las veía todas negras. Le indicaban qué tipo de terreno estaba atravesando y muchos detalles sobre lo que crecía encima. Sin embargo, cuando el sol se ocultó, Dark cruzó una espesa turba y examinó el bosque que la rodeaba. La luna aún no había salido, y un arroyo cercano era casi tan oscuro como el hielo. Los abetos conservaban el mismo tono subido que con un sol brillante. Con todo, los colores eran negros.
Dark respiró profundamente el aire helado. El ambiente era sofocante bajo tierra, aunque Dark no tuvo que optar por reducir su propio oxígeno.
Eso quedaba para mayores profundidades, en regiones realmente más difíciles.
El aire olía a musgo y helechos, árboles siempre verdes y piedra curtida por la intemperie. Pero por debajo de todo eso estaba el volcán sulfuroso, y la fragancia dulce, delicada, de los voladores.
Se hundió en la tierra una vez más, y prosiguió el viaje.
Cuanto más se acercaba al volcán, tanto más se embarullaban y volvían erráticos los estratos. El flujo de lava y el movimiento de la tierra, los glaciares y la erosión, habían cicatrizado, descompuesto y retorcido la superficie y todo lo que yacía debajo. Dark encontró a gran profundidad una capa de granito inclinada, demasiado dura para que ella la atravesara cavándola con rapidez. Siguió la capa hacia arriba, esperando que se doblara y plegara hacia abajo de nuevo. Pero no fue así, y Dark atravesó la capa vegetal superior para salir al frígido silencio de una noche selvática. Barro y piedras cayeron de la coraza de su espalda. Desde el borde del afloramiento dirigió la vista, en infrarrojos, hacia su destino.
La visión la excitó. La ladera cubierta de árboles descendía hacia masas acrobáticas de troncos ennegrecidos que formaban la primera barrera contra la intrusión en la tierra de los voladores. Más allá, en la base del volcán, lava solidificada creaba otro erial. La roca fundida había fluido del cráter bajando por el flanco de la montaña; cerca de la base se dividía en dos ramas que corrían, una a cada lado, hasta que ambas acababan como ríos genuinos en el mar. La costa septentrional estaba muy cerca, y las pálidas olas nocturnas se plegaban suavemente sobre la sombría, fría playa. Hacia el sur, la lava se había arrastrado a través de una extensión de bosque más prolongada, abrasando los árboles en su camino y derribando a los que habían resistido su calor, en una longitud mucho mayor hasta el océano. El amplio torrente sólido y la impenetrable jungla de madera formaban una barricada natural. Los voladores estaban exiliados en su península, pero permanecían allí por gusto. Los humanos no tenían forma de contenerlos si no era matándolos. Podían quitarles las alas o encadenarlos al suelo o encarcelarlos, pero deseaban aislar a los voladores, no asesinarlos. Y asesinato sería si negaban el vuelo a las criaturas.
Las corrientes de basalto resplandecían a causa del calor diurno retenido, y el mismo volcán era un cono suavemente radiante que chispeaba acá y allá donde las fuentes de magma se aproximaban a la superficie. El vapor que se alzaba del cráter relucía con gran brillantez, y entre sus
nubes unas sombras se remontaban en espirales a lo largo de los bordes de la columna. Una de las sombras se zambulló peligrosamente hacia el suelo, arriesgándose a la destrucción, pero en el último momento se detuvo a poca distancia para alzarse hacia el cielo de nuevo. Siguió otra sombra, y otra más, y Dark comprendió que estaban jugando. Embelesada, se acurrucó en la cresta y contempló el juego de los voladores. Ellos no advirtieron su presencia. Sin duda podían ver mejor que ella, pero sus ojos estarían demasiado deslumbrados por la negrura luminosa del calor para percibir la calidez protegida por una coraza de una criatura terrestre.
Sonido y luz invadieron a Dark igual que explosiones. Pasando por encima de la colina que lo había ocultado, un helicóptero se ladeó y surcó el aire hacia ella. Dark no lo había visto, oído ni percibido hasta ese momento. Debió de haber aterrizado, y la estaba aguardando. Los reflectores del aparato la alcanzaron y cegaron por un instante, hasta que Dark se liberó con un estremecimiento, en una reacción casi automática, y se deslizó por la roca desnuda hacia la tierra que había más allá. Mientras se precipitaba hacia los árboles el aparato rugió por encima de ella e hizo estallar una nube de polvo, hojas y piedras. El helicóptero aulló al ascender, esforzándose por eludir las copas de los árboles. Cuando volvió a bajar para reanudar la cacería, Dark se escabulló entre los troncos.
Había sido descuidada. Su fascinación con el volcán y los voladores la había traicionado, y su inmovilidad debió de haber convencido a los humanos de que estaba dormida o incapacitada.
Preguntándose si le serviría de algo, Dark se escondió en la tierra. Sintió que el helicóptero aterrizaba, y luego las ligeras vibraciones de pasos. Los humanos podían encontrarla con la misma técnica, amplificando los sonidos de su excavación. A partir de ese momento ni siquiera necesitaban su reflector.
Dark llegó a un límite entre lecho de roca y tierra, y siguió su mermada resistencia. Al hacer un instante de pausa, escuchó movimiento y sus ecos. Se sintió atrapada entre sonidos que procedían de arriba y abajo. Empezó a excavar, esforzándose hasta que su trabajo ahogó el resto de ruidos. No volvió a detenerse.
Los humanos podían descender el empinado terreno con más celeridad que ella. Dark temía que se adelantaran tanto como para cavar una trinchera y atajarla. Si disponían del equipo o explosivos precisos, podrían rodearla, o simplemente matarla con las ondas de choque de una carga apropiada.
Escarbó violentamente, esforzándose por avanzar, percibiendo cómo los restos de su progreso se deslizaban por la coraza de su hombro y a lo largo de la espalda, llenando el túnel con la misma rapidez con que lo perforaba. Las raíces de árboles vivientes, flexibles y gruesas, se estiraban hacia abajo para aminorar su avance. Dark tenía que cavar entre ellas y a veces, a través de ellas. Su consistencia maleable las hacía más difíciles de penetrar que la roca sólida, y más frustrantes. Las poderosas uñas de Dark podían destrozar piedras, pero se enredaban en las raíces y entonces ella se veía forzada a destrozar las resistentes fibras ramal por ramal. Estaba fatigándose deprisa, y usando oxígeno con mucha más rapidez de lo que le costaba tomarlo bajo tierra.
Dark dio un colérico tajo a una gruesa raíz. La fibra se desmenuzó por completo en un finísimo polvo de carbón de leña. El impulso de Dark, al no encontrar resistencia, hizo que la criatura se retorciera en su estrecho túnel. Estaba atrapada. Los pasos de los humanos se oían casi a su altura y entonces, inexplicablemente, se detuvieron. Rascando frenéticamente con sus pies y una de sus manos dotada de uñas, con la otra apretada inútilmente bajo su cuerpo, Dark logró soltarse y apartar la tierra contenida en el pequeño espacio cerrado. Por fin, esperando que los humanos empezaran a detonar sus explosivos en cualquier momento, se liberó.
A pesar del dolor de su hombro izquierdo, muy por debajo de su coraza, Dark incrementó fuertemente su ritmo. Ya estaba bajo los árboles muertos, y la tierra seca y porosa solo contenía las raíces de los árboles que habían ardido desde la copa hasta gran profundidad bajo tierra, o raíces acribilladas por insectos y podredumbre. Por encima de Dark, en la superficie, los troncos yacían en una maraña intransitable, y por eso los humanos debieron de haberse detenido. No podían atraparla en una zanja.
Midiendo la distancia al flujo de basalto mediante ondas del tipo de las que volvían en eco, Dark abrió un túnel por los últimos tramos de tierra.
Quería pasar bajo la barrera de piedra y ascender a salvo por el otro lado. Pero los ecos demostraban que no podía hacer tal cosa. El basalto era más espeso de lo que ella había esperado. No era un simple flujo sino muchos, llenando un valle muy hendido hasta una profundidad que solo los dioses conocían. No podía pasar por debajo y no tenía tiempo o fuerza para atravesarlo en ese mismo instante.
Lo que podía liberarla de los seres humanos no era la capa desnuda de piedra, sino la barrera intangible de la frontera de los voladores. Por eso tenía que llegar. Excavando con fuerza, usando el último oxígeno de sus reservas, Dark irrumpió en la superficie al borde del torrente de lava y salió trabajosamente al duro terreno. Jamás garbosa en el mejor de los casos, Dark era lenta y pesada en la superficie. Avanzó penosamente, jadeando, sus garras resonando en la roca y arañando grandes marcas en ella.
Los humanos gritaron a su espalda, mientras sus detectores se disparaban tan estruendosamente que hasta Dark los oyó. La estaban viendo con sus propios ojos, algunos de ellos por primera vez.
Estaban muy cerca. Casi se habían abierto paso entre los troncos apiñados, y en cuanto llegaran a tierra sólida de nuevo podrían darle alcance. Dark siguió gateando, notaba el peso de su coraza como nunca lo notaba bajo tierra. Los bordes se arrastraban por el basalto, mellándose profundamente.
Dos voladores aterrizaron con la blandura del viento, como la borra del algodoncillo, igual que granos de polen. Dark sólo escuchó el susurro de las alas, y cuando alzó la vista de la roca grisácea agrietada, los voladores estaban de pie ante ella, impidiéndole el paso.
Estaba casi a salvo: se hallaba justo en la frontera, y en cuanto la cruzara, los humanos no podrían seguirla. Los delicados voladores no se pondrían en contra de ella si optaba por continuar, pero seguían impidiéndole el paso. Dark se detuvo.
Igual que ella, los voladores poseían ojos inmensos, para extender el espectro de su visión. Los bordes acorazados de las cejas y unos resguardos transparentes protegían los ojos de Dark y casi los ocultaban. Los ojos de los voladores también estaban protegidos, pero con espesas pestañas negras que los velaban y revelaban.
—¿Qué quieres, pequeña? dijo uno de los voladores. Su voz era profunda y suave, y envolvía su cuerpo en alas negras iridiscentes.
—Vuestra ayuda —dijo Dark —. Refugio.
Detrás de ella los humanos se detuvieron igualmente. Dark no sabía si, pese a todo, tenían derecho legal a cogerla. Su red de acero raspaba el suelo, se acercaban de manera vacilante.
El volador negro lanzó una mirada feroz, y los ruidos de los humanos cesaron.
Dark avanzó un poco, pero los voladores no se apartaron lo más mínimo.
—¿Por qué has venido? —la voz del volador negro negaba toda emoción, simpatía o bienvenida.
—Para hablar con vosotros —dijo Dark—. Mi gente necesita vuestra ayuda.
El volador de alas negras y brillantes no se movía, excepto para parpadear con sus ojos luminosos. Pero su compañero de plumas azules fijó la vista en Dark atentamente, dio un paso a un lado, un paso al otro, y erizó el plumaje de sus alas. Los movimientos del volador azul eran tan rápidos y enérgicos como los de un ave.
—No tenemos ayuda que ofrecerte —dijo el volador negro.
—Dejadme pasar, dejadme hablar con vosotros.
Las garras de Dark escarbaron el suelo mientras ella se movía nerviosamente. No podía huir, y no quería luchar. Era capaz de aplastar a los humanos o a los voladores, pero no había sido elegida por su agresividad. Sus perseguidores lo sabían perfectamente bien.
De nuevo las redes rasparon detrás de ella al avanzar los humanos.
—Solo hemos venido por ella —dijo uno—. Es una fugitiva, no queremos complicaros en nada desagradable…
El potente reflector que llevaba el humano barrió la espalda de Dark, traspasando a los voladores, que desviaron sus rostros. La chillona iluminación blanca hizo desvanecer los claros de luz iridiscentes de las plumas negras pero iluminó las alas del otro volador hasta el color brillante de un Grajo de un Estelar.
—Apagad vuestras luces —dijo el Grajo, con una voz tan descarada y exigente como la de cualquier grajo auténtico—. Estamos en el alba… Podéis ver bien.
El humano vaciló, hizo girar la luz a otro lado, y la apagó. Hizo un gesto en dirección al helicóptero y las luces del aparato se apagaron. Tal como el grajo había dicho, era el alba, brumosa, gris y pavorosa. Los voladores hicieron frente de nuevo a los adversarios de Dark.
—No tenemos más recursos que vosotros —dijo el volador negro y brillante—. ¿Cómo esperas que os ayudemos? Tenemos nuestras vidas. Tenemos nuestra tierra. Tú tienes lo mismo.
—¡Tierra! —dijo amargamente Dark—. ¿Alguna vez habéis visto mi tierra? No es más que montones de piedra en putrefacción y pozos llenos de agua mohosa…
Se interrumpió. No pretendía perder el temple. Pero se hallaba acosada al borde del cautiverio, pugnando por un refugio y a punto de ser rechazada.
—Mandadla fuera para que podamos cogerla sin violar vuestras fronteras. No permitáis que os cause infinidad de problemas.
—Un poco tarde para esa precaución —dijo Grajo—. Tordo, si cedemos a sus amenazas ahora, ¿qué harán la próxima vez? Deberíamos dejarla pasar.
—¿… para que los excavadores hagan con nuestro refugio lo que hicieron con el de ella? Pozos, y agua mohosa…
—¡Estaba así cuando nosotros llegamos! —chilló Dark, ofendida y dolorida—. ¡Tenemos túneles, sí, pero no destruimos! Por favor, escuchad lo que tengo que decir. Luego, si me pedís que me vaya…, obedeceré.
Hizo la promesa de mala gana, pues sabía que en cuanto viviera cerca del volcán necesitaría de una gran voluntad para irse.
—Os doy mi palabra —concluyó. Su voz tembló por el esfuerzo.
Los humanos murmuraron a su espalda; unos pasos para cruzar la frontera, unos instantes dentro y luego fuera… Aparte de Dark, ¿quién podría acusarlos de entrar en territorio de los voladores?
Grajo y Tordo se miraron, y de pronto el primero rio agudamente y dio media vuelta. Al alejarse, barrió el suelo con la punta de un ala, haciendo señas a Dark para que entrara en su tierra.
—Vamos, pequeña —dijo.
De modo vacilante, temerosa de que el volador cambiara de idea, Dark avanzó. Sólo entonces y en un momento después de su largo viaje, estuvo a salvo.
—¡No tenemos motivos para confiar en ella! —dijo Tordo.
—Ni motivo alguno para no confiar, ya que también podríamos acabar chafados entre piedra y coraza. Tenemos razones para no ayudar a los humanos.
—Tendréis que devolverla —dijo el jefe de los humanos. Estaba enojado; permanecía con una mirada colérica al borde mismo de la frontera, quizás un poco dentro—. Las leyes se encargarán de ella, si nosotros no lo hacemos ahora. Solo que os costará muchos más problemas.
—Retirad vuestras amenazas y vuestra ruidosa máquina y salid de aquí —dijo Grajo.
—Lo lamentaréis, voladores —dijo el jefe de los humanos.
Dark no creyó realmente que se irían hasta que el último de ellos subió a bordo del helicóptero y el aparato aumentó su estruendo, se alzó en el aire y se alejó ruidosamente en la mañana grisácea que se aclaraba.
—Gracias —dijo Dark.
—Yo tenía motivos ocultos —dijo Grajo.
Tordo iba retrasado, mirando a Grajo pero no a Dark.
—Tendremos que convocar un consejo.
—Lo sé. Ve delante. Hablaré con ella y nos veremos cuando nos reunamos.
—Creo que lamentaremos esto —dijo Tordo—. Creo que estamos más cerca de los humanos que de los excavadores.
El volador negro saltó en el aire, las alas extendidas hasta revelar la parte escondida escarlata brillante, y se remontó para alejarse.
Grajo puso su blanda mano en la placa trasera de Dark para guiarla desde la lava al suelo volcánico. La piel del volador tenía un toque delicado, y muy cálido: el metabolismo de Dark era más lento que en otros tiempos, en tanto que la química del volador había sido acelerada considerablemente. Dark resultaba deforme y torpe a su lado. Pensó en excavar y desaparecer, pero eso habría sido descortés. Además, nunca había estado cerca de un volador. La curiosidad la vencía. Al mirar a un lado furtivamente, bajo el borde de su coraza, vio que también él la miraba a escondidas. Sus miradas se encontraron; apartaron la vista, ambos turbados. Después, se detuvo y lo miró.
Dark se echó hacia atrás para observarlo directamente.
—Este es mi aspecto —dijo—. Me llamo Dark y sé que soy fea, pero sería capaz de hacer el trabajo para el que fui hecha, si ellos me dejaran.
—Creo que tu fuerza compensa tu aspecto —dijo el volador—. Soy Grajo.
Dark sintió una irracional complacencia al saber que era correcto el nombre del volador que había supuesto.
—No respondiste la pregunta de Tordo —dijo Grajo—. ¿Por qué venir aquí? Las minas de cielo abierto…
—¿Qué puedes saber tú de minas de cielo abierto?
—Otra gente vivió cerca de ellas antes de que os las entregaran.
—¡Entonces, piensas que deberíamos quedarnos allí…!
Grajo replicó en tono apacible a la brusca cólera de Dark.
—Iba a decir que este lugar es más agradable que las minas de cielo abierto, sí, pero muchos lugares más agradables que las minas de cielo abierto están más aislados que este. Pudiste haber encontrado un sitio oculto para vivir.
—Lo siento —dijo Dark—. Creí que…
—Lo sé. No importa.
—Nadie como yo ha llegado hasta aquí, ¿verdad?
Grajo negó con la cabeza.
—Escapamos seis —dijo Dark—. Esperábamos que más de uno llegara hasta vosotros. Pero tal vez soy la primera…
—Es posible.
—He venido a pediros que os unáis a nosotros —dijo Dark.
Grajo la miró bruscamente, sus espesas y llameantes cejas alzadas por la sorpresa. Veló sus ojos un momento con las membranas transparentes características de las aves, después dejó que se abrieran poco a poco.
—¿Unirnos a vosotros? ¿En… vuestra reserva? —fue bastante cortés al llamarla por su nombre oficial en esta ocasión.
Aunque se había expresado muy mal, Dark sintió cierta esperanza.
—Me he expresado mal —dijo—. He venido… Los otros y yo decidimos venir a… a pediros que os unáis políticamente a nosotros. O al menos que nos apoyéis.
—Para obtener un hogar mejor para vosotros. Eso parece simplemente justo.
—Eso no es lo que esperamos. O mejor dicho, sí, pero no en el sentido que tú le das.
Grajo vaciló de nuevo.
—Comprendo. Queréis… la finalidad para la que habéis sido hechos.
Dark quiso asentir. Echaba de menos la ayuda del lenguaje del cuerpo humano, y se encontró con que era incapaz de interpretar el de Grajo.
Llevaba dos años sin contacto con humanos normales. O tal vez fuera que Grajo era un volador, y su pueblo había hecho ajustes por su cuenta…
—Sí. Fuimos hechos para ser exploradores. Es una economía absurda mantenernos en la tierra. Hasta podríamos costear nuestros gastos al cabo de un tiempo.
Dark lo observó atentamente, pero no pudo saber lo que el volador pensaba; el rostro de él permanecía inexpresivo, no opinaba a favor o en contra de ella. Por último, el volador suspiró profundamente. Esto sí que se comprendía.
—Excavadora… Los proyectos han concluido —Dark retrocedió interiormente, el único modo en que podía hacerlo. Grajo no daba la impresión
de ser un tipo capaz de mofarse de ella—. Han cambiado de opinión. No habrá exploración o colonización, al menos para ti y para mí. ¿Y eso qué importa? Tenemos una vida en paz y todo lo que necesitamos. Os han usado mal, pero eso no puede cambiarse.
—Tal vez —dijo Dark, dubitativa. Los voladores eran bellísimos, el pueblo de Dark era deforme y, por lo que a los humanos se refería, eso era toda una diferencia—. Pero teníamos una finalidad, y ahora ha desaparecido. ¿Eres feliz, viviendo aquí sin nada que hacer?
—Estamos contentos. Tu gente está lista, pero nosotros no. Tendremos que pasar otra vez por tantos cambios como ya hemos sufrido.
—¿Qué hay de malo en eso? Habéis llegado hasta aquí. Os ofrecisteis voluntariamente para esto. ¿Por qué no terminar?
—Porque no es necesario.
—No comprendo —dijo Dark—. Podrías tener un mundo para vivir, totalmente nuevo. Hasta tenéis más por ganar que nosotros… Por eso pensábamos que nos ayudaríais.
La ocupación planeada para Dark era la exploración de mundos muertos o recientemente formados, lugares extremados donde ninguna otra vida podía existir. Pero el pueblo de Grajo era colonizador; habían sido destinados a un mundo que les estaban cediendo, mientras los adaptaban a lo que ese mundo iba a ser.
—La formación del terreno sólo está empezando —dijo Grajo—. Si esperamos hasta que esté completa…
—Pero eso tardará generaciones…
Grajo se encogió de hombros.
—Lo sabemos.
—¡Nunca lo veréis! —gritó Dark—. Estaréis muertos y seréis polvo antes de que esto cambie lo suficiente para que criaturas tales como sois vosotros ahora, puedan vivir aquí.
—Hemos sufrido un cambio vírico, no somos seres construidos —dijo Grajo—. Procreamos sin desviación. Nuestros nietos tal vez deseen otro mundo, y es posible que entonces los humanos deseen ayudarles a ir. Pero aspiramos a permanecer aquí —parpadeó lenta, ensoñadoramente—. Sí, somos felices. Y no tenemos que trabajar para los humanos.
—No me importa para quién trabaje mientras pueda ser algo mejor que una criatura deforme —dijo coléricamente Dark—. Este mundo nada ofrece a mi gente, y por eso estamos agonizando.
—Vamos —dijo Grajo, condescendiente.
—¡Estamos agonizando! —Dark dejó de hablar y se balanceó sobre el borde de su coraza para poder mirar mejor a los ojos al volador—.
Tenéis belleza a vuestro alrededor y en vosotros mismos, y cuando los humanos os ven, os admiran. ¡Pero a nosotros nos temen! Quizás han olvidado que empezamos siendo humanos, o nunca nos han considerado humanos. No importa. ¡No me preocupa! Pero no podemos ser nada si no tenemos alguna finalidad. Lo único que pedimos es que nos ayudéis a hacernos oír, porque ellos os escucharán. Os quieren. ¡Casi os adoran! —hizo una pausa, sorprendida por su arrebato.
—¡Nos adoran! —dijo Grajo—. Nos acosan en el cielo, igual que águilas.
Grajo se apartó de la mirada de Dark. Sus ojos buscaron nubes, la dirección del sol, los remolinos del viento… Dark no lo sabía. Ella creyó percibir algo, una llamada o un grito, en los mismos contornos de una de sus nuevas percepciones. Quiso captarlo, pero se le escapó. No era destinado a ella.
—Espérame a la puesta del sol —dijo Grajo con voz remota. Extendió sus enormes alas y saltó hacia el cielo, los músculos de sus cortas pero poderosas piernas apretados.
Dark lo vio remontarse, una forma graciosa y oscura sobre el fondo del amanecer oro y escarlata adornado con nubes. Sabía que no lo había convencido.
Cuando el volador no fue más que una mota, Dark volvió a relajarse y avanzó pesadamente por la ladera del volcán. Lo sentía bajo sus pies.
Sus prolongados retumbos vibraban en el cuerpo de Dark con una frecuencia mucho menor de la que habría podido oír como humana. La vibración prometía calor y riesgo, y eso la excitó. Dark no había experimentado extremos de calor ni de frío, ni de presión o vacío, durante demasiados meses.
El terreno parecía hueco bajo las garras de Dark: caminaba por encima de pasajes y lava hecha espuma por la fuerza del bullir y helada al estar expuesta en roca porosa. Dark encontró una grieta que no dejaría rastro de su paso y se deslizó en ella. Empezó a excavar, poco a poco al principio, luego más deprisa, tierra y piedra pulverizada que volaba sobre sus hombros. En un instante la tierra se cerró en torno de ella.
Dark paró para descansar. Habiendo llegado a los túneles formados por el gas, ya no tenía que abrirse paso por la sustancia de la montaña.
Se relajó en el retorcido pasaje, gozando de la brillantez del calor y la relumbrante bocanada ocasional de aire que llegaba hasta ella procedente del magma. Dark sabía analizar los gases mediante el paladar: ese era otro talento que los humanos le habían conferido. Vapores tóxicos para ellos eran aromas meramente interesantes para ella. Si era preciso podía metabolizar algunos gases; la habilidad habría sido necesaria en muchos de los lugares que Dark había esperado ver, donde la luz solar era demasiado apagada para convertir, donde la vida había desaparecido o jamás evolucionaba y no existían productos químicos orgánicos. En los planetas exteriores, en los asteroides, incluso en Marte, la energía de Dark habría surgido de una atmósfera tenue, del hielo, hasta del polvo. Allí, los extremos retadores serían frío y vacuidad, a menos que ella descubriera venas ardientes, vivientes, en planetas moribundos. Quizás ahora nadie se preocupaba por tal actividad en la superficie de un mundo extraño. Dark había soñado con los planetas de una estrella distinta, pero jamás tendría una oportunidad ni tan sólo de ver la luna.
Dark buscaba una vena viva en un mundo vivo: avanzaba hacia el núcleo central del volcán. Los de su especie habían sido planeados para resistir condiciones mucho más severas que la limitada gama tolerada por los normales, pero desconocía si era capaz de sobrevivir a una temperatura tan elevada. Y tampoco le importaba. El calor creciente la arrastraba a un estado acrecentado de conciencia que eliminaba la precaución e incluso el miedo. Los muros rocosos relucían en el infrarrojo y, mientras calaba en ellos, las astillas volaban como chispas. Al fin, con nada sino una delgada capa de piedra entre ella y la caldera, Dark vaciló. No temía por su vida. Era casi como si temiera sobrevivir: temía que el volcán, como cualquier otra cosa, acabara por desilusionarla.
Arremetió con su mano acorazada y destrozó el frágil muro. Humo y vapor surgieron por la abertura y fluyeron junto a Dark. Antes de contener la respiración normal, se arriesgó a un bocado rápido, superficial, y saboreó el gusto y olor, después avanzó para mirar directamente el cráter.
Todo lo que había imaginado se disolvió en la realidad. Se hallaba a medio camino del cráter, deslumbrada por la luz procedente de arriba y el calor que venía de abajo. Largo rato había estado bajo tierra, era casi exactamente mediodía. El sol penetraba a través de nubes de vapor, y los gases y sonidos de roca fundida llegaban hasta ella. Las corrientes se arremolinaban, más y más calientes, y en la llaga del terreno ardía un torrente de fuego.
Podía sentir el calor tanto como verlo, y se sintió intensamente complacida porque moriría si permanecía donde estaba. El oxígeno interno la mantenía: unas cuantas bocanadas profundas de las exhalaciones no enfriadas de la montaña, y Dark moría.
Quería quedarse. No deseaba regresar a la superficie y a la probabilidad de rechazo. No deseaba regresar al exilio de su gente.
Sin embargo tenía un deber para con ellos, y aún no lo había cumplido. Retrocedió por el túnel, dio media vuelta y se arrastró lejos de allí, con la esperanza de volver algún día.
Dark se abrió paso hasta la superficie y salió por la misma fisura, a objeto de que el terreno no cambiara. Se sacudió la tierra de su coraza y miró alrededor, parpadeando, aguardando que sus ojos volvieran a adaptarse al día. Mientras descansaba, los colores se resolvieron entre el resplandor infrarrojo de la imagen consecutiva: el cielo azul primero, luego los árboles verde oscuro, el amarillo de unas cuantas flores silvestres.
Finalmente, entornando los ojos, Dark distinguió motas oscuras sobre la claridad cristalina del cielo. Los voladores se cernían en pequeños grupos o solos, dos de ellos juntándose de vez en cuando en prolongadas y elegantes cópulas, las puntas de sus alas frotándose. Dark los contempló, sorprendida y un poco avergonzada de estar excitada a su pesar. Para su raza, el coito era más difícil y pedestre. Dark lo sabía cuando se presentó voluntaria; no había ningún secreto al respecto. Como muchos de los otros voluntarios, ella siempre había sido una persona solitaria. Raramente echaba de menos lo que tan pocas veces había tenido. Pero observando a los voladores, sintió una prolongada punzada de envidia. Eran tan hermosos, y lo hacían todo de una forma tan natural…
La danza alada prosiguió durante horas, hasta que el sol, teñido de rojo, tocó las montañas del oeste. Dark continuó observando, incapaz de apartar la vista, admirada del vigor aéreo y sexual de los voladores. No obstante, también estaba resentida por su prolongado juego; habían olvidado que una criatura apegada a la tierra los estaba aguardando.
Las diversas parejas de voladores acoplados se separaron de repente, como a una señal dada, y el grupo entero se dispersó. Un momento más tarde Dark notó que el helicóptero de los humanos se acercaba.
Estaba demasiado alto para oírlo, pero ella sabía que estaba allí. Describía círculos lentamente. Entonces se quedó quieta, sin preocuparse por ocultar el transmisor de su espinazo, y así percibió que el aparato trazaba espirales con ella como foco. El helicóptero descendió; fue un punto, luego una forma plateada que reflejaba el ocaso escarlata. No se acercó mucho, no hizo nada que hubiese sido inmediatamente amenazador. Pero había logrado apartar a los voladores fuera de la vista de Dark. La fugitiva se acurrucó en el promontorio de piedra, aguardando.
Dark solamente escuchó la repentina arremetida del aire contra alas desplegadas cuando Grajo se posó en las cercanías; su acercamiento fue completamente silencioso, y atenta como estaba al vehículo de búsqueda, no lo había visto. Cambió su atención del cielo a Grajo, y dio unos pasos hacia él. Pero luego se detuvo, avergonzada una vez más por su torpeza en comparación con la forma en que el volador se movía. Los voladores no eran altos, e incluso para su peso, las piernas eran bastante cortas. Tal vez habían sido modificados así. Con todo, Grajo no caminaba pesadamente. Lo hacía a zancadas. Mientras se acercaba a Dark, recogió las alas en la espalda, plegándolas poco a poco, estirándolas para alisar las plumas, plegándolas una vez más. A Dark no le recordaba tanto un pájaro sino una mariposa espectacular posada al viento, abriendo y cerrando las alas. Cuando el volador se detuvo ante ella, sus alas se inmovilizaron, todas las plumas azul brillante perfectamente situadas, enmarcándolo por detrás; esta vez las alas no lo tapaban, su cuerpo estaba desnudo. Los voladores no vestían ropas: Dark se sorprendió de que no tuvieran nada que ocultar. Al parecer, estaban diseñados de un modo tan intrincado como la gente de Dark.
Hacía tanto tiempo que Grajo permanecía callado que Dark, a cada momento más incómoda, se echó hacia atrás y miró el cielo. El helicóptero
de búsqueda seguía describiendo ruidosos círculos.
—¿Tienen permiso para hacer eso? —preguntó Dark.
—No tenemos un medio rápido para detenerlos. Podemos protestar. Sin duda alguien lo habrá hecho ya.
—Yo podría enviarles un mensaje —dijo Dark de mal humor; para eso era el transmisor, después de todo, pensó. Aunque el mensaje no contendría el tipo de información que hubieran esperado que ella enviara.
—Hemos terminado nuestra reunión —dijo Grajo.
—Oh. ¿Así llamáis a eso?
Dark esperaba una sonrisa o un chiste, pero Grajo siguió hablando muy seriamente.
—Así conferenciamos aquí.
—¿¡Conferenciar…!? —volvió a caer al suelo, su garras crispadas en el suelo—. ¿Os habéis reunido y no me permitisteis hablar? ¡Me dijiste que te esperara a la puesta del sol…!
—Yo hablé por ti —dijo suavemente Grajo.
—He venido aquí por mí misma, para hablar en nombre de mi raza. Yo confiaba en ti…
—Era el único modo —dijo Grajo—. Sólo nos reunimos en el cielo.
Dark contuvo una réplica airada.
—¿Y cuál es la respuesta?
Grajo se sentó bruscamente en el duro suelo, como si ya no soportara el peso de las alas sobre sus piernas delicadas. Dobló las rodillas hasta el pecho, y las envolvió con sus brazos.
—Lo siento —las palabras estallaron en un suspiro, un gemido.
—Convócalos —dijo Dark—. Vuela tras ellos, encuéntralos, haz que vengan y hablen conmigo. No seré rechazada por gente que ni siquiera quiere verme.
—No servirá —dijo tristemente Grajo—. Hablé por ti lo mejor que pude, pero cuando vi que iba a fracasar, intenté traerlos aquí. Les supliqué. No vendrán.
—No vendrán… No lo entiendo —había arriesgado la vida para que ahora la despreciaran como una nulidad.
Grajo extendió la mano y tocó la de Dark: todavía podía servir de mano, a pesar de su coraza y sus garras. La mano de Grajo, asimismo, tenía garras, pero era delicada y de huesos finos, y las venas se mostraban azules bajo la piel translúcida. Dark retiró la masa excesivamente sólida de su brazo.
—¿No lo comprendes, pequeña? —dijo Grajo, tristemente—. Yo era tan diferente, antes de ser un volador…
—Igual que yo —añadió Dark.
—Pero tú eres fuerte, y estás preparada. Podrías irte mañana sin más cambios y sin más dolor. Yo tengo que pasar por otra fase. Si lo hiciera, y si entonces decidieran después de todo no enviarnos… Dark, jamás podré volar otra vez, al menos en esta gravedad; hay excesivos cambios.
Harán más gruesa mi piel, y me someterán a una nueva regresión para que mis alas no tengan plumas, sino escamas… Protegerán mis ojos y reconstruirán mi cara para los filtros.
—No es el vuelo lo que te preocupa —dijo Dark.
—Lo es. El riesgo es demasiado grande.
—No. Lo que te preocupa es estar terminado… Ya no serás tan bello. Serás feo, como yo.
—Eso es injusto.
—¿Sí? ¿Por eso todos vosotros os reunís a mi alrededor tan gustosamente para escuchar lo que tengo que decir?
Grajo se levantó lentamente y sus alas se desplegaron sobre él: Dark creyó que la dejaba sola pronunciando sus insultos ante las nubes y las piedras, yéndose a planear al otro lado de la montaña. Pero en lugar de eso, Grajo extendió sus bellas alas azules moteadas de negro, las estiró en el aire y las curvó en torno a Dark, de tal modo que le rozaran el borde del espinazo. Dark se estremeció.
—Lo siento —dijo él—. Nos hemos acostumbrado a ser bellos. Incluso yo. No tendrían que haber decidido hacernos por etapas, debieron haberlo hecho de golpe. Pero no lo hicieron, y ahora es duro para nosotros recordar cómo éramos.
Dark miró fijamente a Grajo tras los vestigios de cómo había sido él hasta convertirse en volador, comprendiendo finalmente la razón por la que él había optado por transformarse en algo distinto a un humano. Antes, Dark sólo había percibido su plumaje brillante, sus ojos luminosos y la delicadeza artificial de sus huesos. Ahora veía sus proporciones originales, la ordinariez disfrazada de sus rasgos, y veía cuál debió de haber sido su aspecto.
Quizá a Grajo no lo hubieran deformado en realidad, tal como Dark no lo había sido. Pero él jamás había sido apuesto, o ni siquiera tan feo. Lo miró atentamente. Ninguno de los dos parpadeó; eso debió de ser más difícil para él, pensó Dark. Los ojos de la excavadora estaban protegidos, los de él eran apenas bordeados por pestañas largas, espesas y oscuras.
Sus ojos estaban demasiado juntos. Algo que la formación vírica no habría sido capaz de curar.
—Comprendo —dijo Dark—. No podéis ayudamos, porque tal vez tendríamos éxito.
—No nos odies —dijo él.
Dark se volvió, su coraza ludiendo roca.
—¿Qué os importa que una criatura tan repelente como yo os odie?
—Me preocupa —dijo Grajo en voz muy baja.
Dark sabía que estaba siendo injusta, no ya con su raza, sino con él mismo. Pero su simpatía se había agotado, lo que deseaba era ocultarse en algún sitio y llorar.
—¿Cuándo vendrán a buscarme los humanos?
—Vienen cuando les antoja —dijo él—. Pero hice que los otros prometieran una cosa. No te pedirán que te vayas hasta mañana. Y si no podemos encontrarte, entonces… Hay tiempo para que te vayas, si te das prisa.
Dark giró en redondo, más rápidamente de lo que se creía capaz. Su coraza levantó chispas, que apenas relucieron brevemente y murieron.
¿A dónde iría? ¿Adonde nadie pudiera verla jamás? ¿Bajo tierra, completamente sola, para siempre? Pensó en la montaña y sus peligros, pero eso no significaba nada ahora.
—No —dijo—. Los esperaré.
—¡Pero si no sabes lo que pueden hacerte…! Te expliqué lo que nos han hecho.
—Me cuesta pensar que me den caza en el cielo.
—¡No hagas chistes con eso! Destruirán todo, las cosas que aman y las cosas que temen.
—Ya no me importa —dijo Dark—. Vete, volador. Vete con tus juegos, y con tus ilusiones de belleza.
Grajo la miró ferozmente, se volvió y saltó en el aire. Ella no lo miró irse, sino que se contrajo por completo en el interior de las sombras de su coraza para aguardar.
En algún momento de la noche, Dark se vio arrastrada al sueño. Soñó con el torrente de fuego: pudo sentir su calor y oír su rugir.
Al despertar, el sol naciente relumbraba directamente sobre sus ojos, y las hojas de acero de un helicóptero interrumpieron el amanecer.
Intentó, y no pudo, borrar el sonido de la máquina humana. Se puso a temblar, de incertidumbre o de miedo.
Dark se arrastró lentamente por la ladera de la montaña, hacia el límite donde los humanos iban a tomar tierra. Los voladores no tendrían que decirle que se fuera. Se preguntó si se estaba protegiendo a ella misma, o a ellos, de la humillación. Algo la tocó y se sobresaltó. Se apretó, retraída en su coraza.
—Dark, soy yo.
Atisbó. Grajo descollaba sobre ella con las alas curvadas en torno a los dos.
—No puedes esconderme —dijo Dark.
—Lo sé. Tendríamos que haberlo hecho, pero es demasiado tarde —tenía un aspecto desolado y de agotamiento—. Lo he intentado, Dark, lo he intentado.
La máquina aterrizó por el lado humano del flujo de lava y despidió una fina rociada de polvo y partículas de roca. Varias personas saltaron afuera, llevando armas y redes. Dark no dudó.
—Tengo que irme —levantó su coraza del suelo y empezó a alejarse.
—Eres más fuerte que nosotros —dijo Grajo—. Los humanos no pueden acercarse y prenderte y nosotros no podemos forzarte a que te vayas.
—Lo sé —la frontera invisible estaba casi a sus pies. Dark avanzó hacia ella de mala gana pero sin cesar.
—¿Por qué haces esto? —gritó Grajo.
Dark no respondió. Notó que la punta del ala de Grajo rozaba el borde de su coraza mientras el volador caminaba junto a ella. Se detuvo y alzó los ojos hacia él.
—Voy contigo —dijo Grajo—. Hasta que llegues a tu destino. Hasta que estés a salvo.
—No hay más seguridad para ti. No puedes abandonar tu reserva.
—Tampoco podías hacerlo tú.
—Grajo, regresa.
—No estoy dispuesto a perder otro amigo por culpa de los humanos.
Dark tocó la frontera. Como si temieran que aún intentara rehuirlos, los humanos se precipitaron sobre ella y le echaron la red, tirando de los bordes para que la malla alcanzara por debajo de la coraza. Apartaron al volador del lado de Dark a empujones.
—Esto no es necesario —dijo Dark—. Iré con vosotros.
—Lo siento —dijo un humano finalmente, en tono quejumbroso—. Es necesario.
—Su palabra es válida —dijo Grajo—. De otro modo jamás se habría presentado ante vosotros.
—¿Qué sucedió con los otros? —preguntó Dark.
Un humano se encogió de hombros.
—Capturados —dijo otro.
—¿Y después?
—Devueltos al refugio.
Dark no tenía motivos para no creerles, simplemente porque ellos no tenían motivo para ahorrarse sus sentimientos si alguno de sus amigos moría.
—¿Ves? Grajo, no es preciso que vengas.
—¡No puedes confiar en ellos! Te mentirán a cambio de tu cooperación y luego te matarán cuando te deje sin testigos.
Eso era posible; sin embargo, Dark avanzó pesadamente hacia el helicóptero, más estorbada que ayudada por los tirones de los humanos a los cables de acero. Las hélices giraban rítmicamente sobre ella.
Grajo los siguió, pero los humanos cerraron su camino.
—Voy con ella —dijo el volador.
Dark miró atrás. De algún modo, de una forma extraña, Grajo parecía aún más delicado y frágil entre los humanos normales que cuando ella lo había comparado con su naturaleza masiva.
—No avances más, volador.
Grajo se metió entre ellos. Un humano cogió su muñeca y el volador dio un tirón. Otros dos lo cogieron por los hombros y lo empujaron hacia el límite mientras se debatía. Las alas de Grajo se abrieron sobre el tumulto, agitadas, mientras el volador pugnaba por mantener el equilibrio. Una pluma azul revoloteó suelta y describió una espiral hacia el suelo.
Arrastrando con ella a sus captores, tirando de ellos con los cables de la red mientras se esforzaban por mantenerla de su lado sin conseguirlo, Dark se escabulló hacia Grajo y cruzó el grupo de humanos. El volador yacía encogido en el suelo, un ala embarazosamente atrapada bajo su cuerpo, la otra doblada sobre él y a su alrededor para defenderse.
Los humanos se apartaron de Grajo y de Dark de un salto.
—Grajo —dijo Dark—. Grajo…
Cuando se levantó, Dark temió que el ala de Grajo estuviera aplastada. Grajo respingó cuando la alzó, y su plumaje estaba desaliñado, pero lanzando una furiosa mirada a los humanos, extendió el ala en una flexión y Dark vio con gran alivio que el volador se encontraba bien. Grajo bajó los ojos hacia ella y su mirada se dulcificó. Dark tendió un brazo hacia él, y sus manos provistas de garras se tocaron.
Uno de los humanos rio con disimulo. Turbada, Dark apartó la mano bruscamente.
—No puedes hacer nada —dijo—. Quédate aquí.
La red se apretó más a su alrededor, pero Dark la resistió.
—No podemos perder más tiempo —dijo el jefe de sus captores. Vamos, ahora mismo, es hora de irse.
Lograron arrastrar a Dark y darle media vuelta y atraerla algunos pasos hacia el helicóptero, sólo porque ella lo permitió.
—Si no me dejáis ir con ella, os seguiré —dijo Grajo—. Esa máquina no puede ir más rápido que yo.
—No podemos controlar a nadie fuera de su reserva —curiosamente, el humano parecía preocupado—. Ya sabes qué tipo de cosas pueden suceder. Volador, quédate dentro de tus fronteras.
—¡Vosotros no hacéis caso de las fronteras! —gritó Grajo, mientras los humanos empujaban y tiraban de Dark para recorrer los últimos pasos hasta su territorio. Dark avanzaba lentamente, por su propio peso, ignorándolos.
—Quédate aquí, Grajo —dijo—. Quédate aquí, o me iré sintiéndome tan culpable como fracasada.
Dark no escuchó la respuesta del volador, si es que la dio. Llegó al helicóptero, y se acercó contra la incomodidad del ruido y los campos eléctricos sin blindaje. Se las arregló para encaramarse al compartimiento de carga antes de que los humanos la sometieran a la humillación de ser izada y empujada.
Miró por la ventanilla abierta. Era como si el resto del mundo estuviera silencioso, porque no oyó ni percibió nada más que el clamor inmediatamente a su alrededor. En el borde de la lava, Grajo permanecía inmóvil, los hombros caídos. De pronto sus alas se ensancharon, ascendieron, descendieron, y el volador saltó en el aire. Anonadada otra vez, Dark observó a través de la trama de la red. Grajo navegó en un círculo enorme y planeó en la cálida corriente ascendente del volcán.
Los rotores aceleraron y pareció que casi desaparecieron, confundidos con el cielo. La máquina ascendió con una ligera sacudida hacia adelante, al funcionar bajo el peso de la partida de caza y de Dark. Al mismo tiempo, Grajo subía en espiral entre el humo resplandeciente. Dark intentó volverse, pero no pudo. El volador era demasiado bello.
La distancia entre ellos fue haciéndose más y más grande, y lo último que alcanzó a ver Dark fue una chispa azul brillante que aparecía y desaparecía entre las columnas de humo.
Cuando el helicóptero hizo un viraje en redondo, Dark creyó ver que la espiral del vuelo de Grajo se hacía más ancha, como si él hiciera caso omiso de las amenazas hechas por los humanos y no se preocupara por las advertencias, como si flotara suavemente hacia las fronteras de su refugio, resolviéndose poco a poco a cruzarlas y seguirlos.
No abandones tu refugio, Grajo, pensó Dark. No perteneces a este mundo.
Pero entonces, justo antes de que la máquina interrumpiera la visión de Dark, Grajo se desvió de la montaña y, en un gran arco de planeo, pasó sobre la frontera y entró en el mundo de los humanos.

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